•Fʟᴏʀ Dᴇ Cʀɪsᴛᴀʟ•

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El día ha llegado.

El día en el que no me he alegrado de que suene la campana de la universidad para volver a casa.

O a la casa de Hugo.

No quiero ir.

No quiero hablar.

No quiero abrir los ojos.

Soy feliz viviendo en la ignorancia.

¿Quién no?

Oídos que no oyen, corazón que no siente.

Ese va a ser mi lema a partir de ahora.

No me apetece nada saber cómo le ha ido a Hugo la semana en casa con su nueva y renovada mujer, a lo que me ha dicho, parece una mujer totalmente diferente, cómo si la hubieran cambiado, cómo si ella misma estuviera haciendo un gran esfuerzo por él, y no me ha gustado nada.

Está yendo en la dirección contraria.

Hugo ya ni siquiera intenta suavizar el golpe: si se han bañado juntos, lo suelta y punto. Sí a Jill le pega por chupársela para despertarlo por las mañanas, lo suelta y punto. Dice lo que tenga que decir sin preguntarme antes cómo estoy, si me viene bien que me lo diga o no, si me va afectar más emocional o psicológicamente, tan sólo lo suelta, sin tener en cuenta mis sentimientos.

La mayoría de los días me afecta más emocionalmente que otra cosa, ya que siento que Hugo cada vez está más apegado a Jill, y no estoy preparada para afrentarme a ello de ninguna manera posible, pero sí hay una cosa que me tranquiliza que me aferro a ella como a un clavo ardiendo: todavía no se han acostado.

Esto también me lo ha dicho sin pensarlo, ni preguntarme nada.

Si cuando todo esto termine, Hugo está con Jill, dudaré para siempre acerca de mí cómo soy cómo pareja: fui yo quién lo empujó a los brazos de otra mujer.

Debería haberme callado la boca y meterme en este embrollo.

— ¿Tú madre está trabajando? — Niego sin mirarlo a la cara.

— Tiene el día libre. — Vocalizo al cabo de unos segundos.

— Yo también. — Me río.

— ¿Enserio? — Le digo emocionada y sonríe mirándome.

— No te mentiría jamás. — Me lo como.

Juro que me lo como.

— Menos tratándose de... — Hace una mueca. — Ya sabes. — Pongo los ojos en blanco.

— Ya sé. — Afirmo asqueada.

— Tendremos la noche entera para los dos. — Sonríe.

— ¡Tendremos toda la noche para follar! — Grito cogiéndole el brazo y lo levanto sacudiéndolo en el aire.

— ¡Maria! — Grita en un susurro poniéndose rojo cómo un tomate entre risas.

— ¿Qué? — Pregunto vacilona.

— Primero hablaremos, y luego... — Me mira tratando de mantenerse serio, pero no lo consigue. — Haremos el amor. — Dice al fin en un hilo de voz.

— Qué aburrido. — Me cruzo de brazos y lo miro de reojo. — Hablar, ¿de qué? — Nos miramos al mismo tiempo.

— Ya lo sabes. — Hago una cara de fastidio, y eso le ha sentado a Hugo cómo un jarrón de agua fría: sus labios están curvados hacia abajo y sus ojos no brillan cómo suelen hacerlo.

— Mañana, Hugo. — Le suplico.

— No sé cuándo volveré a tener un día cómo este. — Para el coche y la puerta del garaje empieza a subirse poco a poco.

Amando A Hugo © [Profesor vol. 1] |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora