•Nᴏ Eʟᴇɢí Eɴᴀᴍᴏʀᴀʀᴍᴇ Dᴇ Éʟ•

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— ¡Maria! — Empieza bien el día con mi madre gritándome desde abajo.

Me retuerzo en la cama tirando de la sábana, destapando mi cuerpo y deshago los nudos de mí cuerpo estirándome, haciendo crujir a mis huesos.

Carraspeo la garganta antes de contestar.

— ¿Qué? — Le grito.

— ¡Te buscan! — Chilla. — Otra vez... — Masculla.

Espero que no sea Hugo de nuevo, no estuvo nada bien que se presentara de esa forma en mí casa, y menos después de haber hecho lo que hizo. Aquel día me quitó diez años de vida, sin exagerar, pensar que Hugo se había subido a aquel avión rumbo a ningún sitio fue cómo sentir que la vida se me escapaba entre las manos, cómo intentar coger el aire, cómo meter los rayos del sol en un bote de cristal.

Salgo de la cama obligándome a levantarme y voy directa al baño tropezándome con el marco de la puerta; me maldigo internamente. Me hago una cola alta, coloco bien mí pijama en su sitio y bajo la corta escalera. Le toco el codo a mí madre escondida detrás de la puerta y al girarse le pregunto quién está tras ella.

Se encoge de hombros.

Bufo, abro la puerta, y le cojo la mano a mí madre para que no me deje sola. Obligo a mis pulmones a volver a funcionar y a mí corazón a volver a latir.

Esto es mucho peor de lo que me esperaba.

— ¿Te conozco? — Pregunto disimulando sabiendo perfectamente quién es.

— Espero que no. — Finge sonreír. — ¿Maria? — Asiento patidifusa y sus facciones se endurecen volviéndose más tenebrosas.

— ¿Quieres algo? ¿Tienes algo que venderme? — Frunce el ceño horrorizada.

Por Dios, Jill Kendall vendiendo puerta por puerta, eso no, nunca, jamás. Tiene demasiado glamour para eso.

— No, qué va. — Qué asco me da su voz.

La había escuchado antes por teléfono, alguna que otra vez cuando se iba de parranda con sus amigas y dejaba a Hugo sólo y yo me iba con él, pero escuchar su voz chillona en persona es incluso peor, se te mete en los tímpanos tratando de rebentarlos, y es muy menuda: su cuerpo es mucho menos que la mitad del mío.

Observa mi rostro con muchísima atención, mi cuerpo, mis manos, mis pies descalzos, mi pijama de Mickey Mouse, todo.

Estoy empezando a sentirme incomoda.

— Creía que eras otra persona, pero te llamas igual, y el navegador del coche... Siempre tiene este destino con el nombre puesto. — Ostias.

Ostias...

¿Pero cómo es tan gilipollas de no borrar el destino?

¿Cómo se le ocurre poner mi nombre a la ubicación de mí casa sabiendo que su mujer también coge el coche?

¿Cómo está tan tonto?

Metafóricamente me cojo el puente de la nariz y soplo por lo empanado que ha estado Hugo no borrando la ruta habitual del GPS del coche.

Esta le va a costar cara.

— Puede qué me esté metiendo dónde no me llaman... — Me mira recelosa. — ¿Qué coche? — Pregunto sin saber cómo escapar de esta.

— El de mí marido. — Su voz desprende odio, rencor y una rabia que jamás antes había visto en ninguna persona, ni siquiera a mí madre cuando le piso lo recién fregado aún advirtiéndome miles de veces.

— ¿Marido? — Digo horrorizada.

— Sí, Hugo. — Si pudiera arrancarle ese pelo perfectamente alisado, lo haría, juro por mi vida que lo haría.

Amando A Hugo © [Profesor vol. 1] |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora