•Cᴀɴᴅʏ Cʀᴜsʜ•

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Pablo me coge la parte de atrás de la cabeza, enredando los dedos en mi cabello, y tira con suavidad de él hasta que nuestros labios se unen de nuevo.

Coloca la mano en mi nuca, acariciándola, y se me eriza el vello de ésta.

Siento una extraña pero familiar sensación en mí estómago, una maravillosa sensación de nervios; las mariposas vuelven a batir las alas. Decidí no derramar más lágrimas por Hugo y, al tragármelas, ahogar así a las mariposas que batían en mí estómago por él.

De verdad que creí haberlas ahogado.

Tal vez sí lo hiciera, y tal vez el beso de Pablo las haya devuelto a la vida.

Centra su mirada en mis labios, los escondo en mi boca, los humedezco con la lengua, sintiendo el sabor de Pablo en ellos, y giro la cabeza, tapándome con el pelo.

Besarlo, no entraba en mis planes.

Venir a su casa, no entraba en mis planes, ni llamarlo.

Tenía pensado borrarme su número y hacer cómo si nunca lo hubiera conocido.

— Debería irme a casa. — Quito su mano de mi nuca, la otra de mí estómago, me pongo en pie y me recompongo colocando las prendas de ropa en su sitio.

— Lo siento, me he dejado llevar. — Dice siguiéndome hasta la puerta.

— No has sido tú, Pablo, aún tengo a Hugo muy presente. — Confieso.

Entorna ligeramente los ojos mirándome.

— Sé que no debería tenerlo, pero no puedo evitarlo..., siento que estoy haciendo algo malo.

— Sí que lo haces. — Pega los brazos a su cuerpo. — No le dejas tiempo a la herida para que cicatrice. — Señala mi corazón. — Lleva su tiempo.

Pues mi madre parece que no se entera de cómo va la cosa y está encabezada en qué olvide a Hugo de la noche a la mañana.

Así cómo así.

¿Cómo se puede hacer eso?

Es imposible.

Cuando vuelva, estoy casi segura de que me caerá otro sermón, y lo peor no es que me caiga otro sermón, no, lo peor es que me caerá el mismo sermón de siempre: es mayor que tú, no merecía la pena, hay más hombres.

Lo conoció, lo sentó en su mesa, labró una amistad con él, se caían bien, incluso guardan entre ellos un secreto que Hugo no se dignó a contarme, y del que mi madre no me ha hablado para nada, ni por equivocación, cómo si no le hubiera contado nada.

¿Por qué?

No quiero ser una mal pensada..., sin embargo, la hipótesis de que Hugo le contase a mi madre la razón de por qué lloraba cada mañana en la ducha, cobra más sentido.

¿No me quería y se sentía mal por jugar conmigo?

¿Sabía que había echado a perder su antigua vida?

¿Por qué lo hacía?

Si tiene ese comportamiento hacia él por saberlo, y no contármelo, hablaré muy despacito con ella, y con Hugo, también.

— No quiero ir a mi casa. — Dejo caer los hombros.

— No tienes por qué irte, no te he echado. — Media sonrisa aparece en su boca.

Su boca.

— ¿No te molesto?

— No. Quédate. — Se apresura a decir, convencido de ello. — Mañana es sábado, no tengo que levantarme a las seis. — Rechino los dientes a modo de disculpa.

Amando A Hugo © [Profesor vol. 1] |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora