•Lᴀ Gᴇɴᴛᴇ Bᴜᴇɴᴀ Hᴀᴄᴇ Cᴏsᴀs Mᴀʟᴀs•

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El corazón se me va a salir por la boca, siento cómo golpea con fuerza contra mí pecho, subir por mí garganta y posarse en mí lengua. Juro que lo siento. Trago saliva y miro a Hugo de reojo.

Coge con total suavidad el volante, tiene los hombros relajados y una expresión que irradia confusión a kilómetros para aquellos que intenten descifrarla.

Está tranquilo.

Increíble.

Fascinante.

Va a entrar de lleno en la cueva del lobo para cambiarse de ropa, y no me creo lo tranquilo que está, ni que yo lo esté acompañando.

Aunque si no fuera porque he vivido la mini discusión de diez minutos de mi madre aliada con mi novio contra mí, por el hecho de que se tenga que cambiar de ropa para ir a clase, tampoco me la hubiera creído.

No es que estuvieran aliados en mi contra, estaban tratando que entrara en razón, y cómo no, he tenido que sacar mí tozudez, empeñada en que no tenía por qué ir diferente todos los días.

Error.

Hugo es uno de los mejores profesores que tiene la universidad, me arriesgo a decir, y no sólo es, pongo la mano en el fuego por qué es el mejor, y es normal que quiera mantener esa imagen, que quiera cuidar su aspecto personal.

No sé en qué estaría pensando, tal vez mi sexto sentido sabía en el follón en el que me iba a meter y quería evitarlo a toda costa.

Ha sido una terrible idea acompañarlo, ni se lo he preguntado yo, ni él me ha dicho nada tampoco, tan sólo nos hemos dejado llevar, y aquí estamos: de camino a su casa con su mujer dentro de ella, o eso creo, antes de salir de casa, me he mentalizado de ello, por si las moscas.

— Perdóname.

Me mira con las cejas ligeramente fruncidas y sus labios se curvan formando una pequeña sonrisa nerviosa.

— ¿Por qué? — Niega con la cabeza dos veces.

Conozco ese gesto a la perfección: no cree que haya hecho nada para perdonarme.

— Sí tenías que ir a cambiarte, y yo diciéndote que no todo el rato. — Miro por la ventana. — Incluso te he lavado la camisa para que te la vuelvas a poner. — Me río de mí. — Lo siento. — Repito.

— No voy a perdonarte por mostrarme tu carácter. — Arqueo una ceja, tal y cómo él hace.

— ¿Perdón? — Toso.

— Estabas siendo tú. — Dice cómo si nada.

— Explícame eso de siendo tú. — Especifico gesticulando con las manos y entornando los ojos.

— Maria, eres muy.... No sé cómo decirlo. — Abro un montón los ojos y se ríe. — Esos: ¡Hacedme caso!, ¡Nunca me hacéis caso! ¡Esto es así, esto es asá! ¡Jurado! — Sonríe para él mismo. — ¡Mandona! — Le pego despacio en el brazo que tengo a mano.

— ¡Yo no soy mandona! — Me atraviesa con la mirada pero aún con una gran sonrisa en la boca.

— Para nada. — Vacila. — Cuando me revelaste tu majestuoso plan. — Hace comillas con una mano. — ¿A quién se le ocurre eso? — Ahora me toca reírme a mí.

— ¡A mí! — Levanto la mano como una niña pequeña.

— Ya lo sé, ya. — Me mira. — Me das miedo. — Guiña el ojo sonriendo.

Mí Hugo.

Qué tontorrón es.

— ¿Estarás bien si está? — Su pregunta me pilla desprevenida.

Amando A Hugo © [Profesor vol. 1] |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora