•Nᴏᴄʜᴇ Dᴇ Aʙʀɪʟ•

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Los días pasan, cada amanecer es más desalentador que el anterior, cada anochecer más oscuro, cada lágrima más amarga, cada latido más débil, la soledad más fuerte, la nada más abrumadora, los días más largos, el frío más gélido, el sol más lejano y yo más rota.

Las vacaciones de pascua han llegado, me esperan dos semanas de puro aburrimiento, la casa se me cae encima, la cama parece que esté hecha de pinchos, no estoy cómoda de ningún modo, en ninguna postura, las sábanas me molestan y la almohada es un bloque de hormigón.

Aparto el pelo mojado de mis mejillas, lo coloco detrás de la oreja, y busco con desesperación un coletero con el que poder hacerme una cola alta.

Tengo que huir de aquí.

— ¿A dónde vas? — Tan presentable cómo siempre, con el batín bien atado y las pantuflas de ir por casa.

Cómo se debe ir a las dos de la madrugada.

— Necesito dar una vuelta. — Abro el cerrojo, coloca la mano sobre la mía y me mira con los ojos cargados de preocupación por mí.

— No hagas ninguna tontería. — Suspiro.

Ahora mismo soy, según ella, un tipo de chica suicida, me hierve la sangre por que me vea de ese modo, pero no tengo fuerzas cómo para decirle cuatro cosas acerca de mí.

No he estampado mi móvil contra el suelo, y no he roto nada, lo estoy llevando bien, dentro de lo que cabe.

El frío se cala en lo más hondo de mi ser hasta con el mínimo movimiento; quién me iba a decir que la noche de abril iba a ser tan fría cómo esta.

Quién me iba a decir a mí que iba a estar tan fría.

Me siento en el porche, los truenos suenan mucho más de cerca que cuando me removía incómoda en mi habitación, encima de la mullida cama y todavía con el olor a Hugo pegado a él.

Puede que sea eso lo que me haga estar sentir que todavía está conmigo.

Alzo los ojos, y a lo lejos, bajo las oscuras nubes, puedo observar con gran claridad los relámpagos.

Me abrazo a mí misma, frotándome los brazos, tratando de calentar mis brazos, o a mí, protegiéndome del frío.

— Buenas noches. — Dice un señor mayor que pasa enfrente, con un pequeño perro blanco peludo.

— Buenas noches. — Sonrío mirando el perrete.

Parece un peluche.

Me quedo abstraída mirando cómo se aleja moviendo con alegría su colita.

Lo grandes que se creen los perros pequeños me hace mucha gracia.

Perros.

Grandes.

Gran.

Danés.

¡Pablo!

Me grita mi subconsciente.

Un rayo de esperanza se posa sobre mí.

Tal vez él sea la distracción perfecta para que me olvide de Hugo, parecía buen chico cunado lo conocí, pero aun así tendré que ir con miramiento, y sobretodo, preguntarle si está casado o si tiene novia, o alguna clase de ex lunática.

Me alegro de no haber borrado el número de teléfono en el momento que quería hacerlo.

Ya ves, sólo porque estaba con Hugo, qué tonta.

Estaba.

Me niego a volver a recordar lo más mínimo de él, ni en su forma de curvar los labios al sonreír, ni su forma de arquear la ceja, mucho menos de sus besos, de sus abrazos, ni sus te amo.

Amando A Hugo © [Profesor vol. 1] |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora