•Eʟ Pʀɪɴᴄɪᴘɪᴏ Dᴇʟ Fɪɴ•

51 16 0
                                    

La situación en sí misma es surrealista y totalmente incomprensible por todo aquel que la está viviendo: Hugo está desolado, enfurecido cómo nunca antes. El señor Palmer no puede tener más confusión en su cabeza, quiere expulsarme de la universidad, pero no quiere despedir a Hugo, y si me expulsa, Hugo se marchará. Y luego estoy yo: flipando todavía por habernos visto bajo la tienta mirada del decano, un hombre serio y con criterios, a Hugo y a mí manteniendo relaciones sexuales después de haberle mentido a la cara con todo nuestro morro.

Estábamos protegiéndonos.

¿Qué íbamos a hacer?

¿Decir que sí?

¿Contar la verdad?

No era una opción.

No teníamos otra opción.

— ¡Ha sido la hija de puta de Jill! — Grita Hugo sentándose de nuevo. — Por eso se fue esa noche, porque sabía que iría a casa contigo. — Mira al decano.

— Fue su mujer. — Afirma rendido.

Me da por reírme.

— No puede ser verdad. — Niego riéndome, un forma de autoinmunizarme al dolor, el cabreo y la humillación que siento.

— Recoja sus cosas y márchese a casa. — Me dice frío.

— Decano, si la expulsa a ella, tendrá una vacante para el resto del curso. — Confía al cien por cien en sus palabras, y yo también.

— A usted no le he dicho nada. — Vuelve a centrarse en mí.

— ¿Qué pasa con usted? — Me encojo de hombros. — ¿No se ha enamorado nunca? — Agarro la mano de Hugo, algo que en este momento no nos ayuda en lo más mínimo, pero me la suda.

— Sí. Me enamoré. — Mira la mano de Hugo y la mía unidas, con nostalgia en sus ojos. — Y me inhabilitaron ejercer de profesor por dejar embarazada a una alumna. — Trago saliva con brusquedad y Hugo suelta un largo suspiro cargado de tensión. — ¿Despedido o inhabilitado?

— No estoy embaraza para que lo inhabilite. — Le digo asqueada.

Me cruza con la mirada, henchido de rabia, de malicia.

Sé en ese momento que la he cagado.

Perfecto.

Ahora sí que la he cagado del todo.

Es que soy una gilipollas de primera.

Sí Hugo tenía un mínimo de posibilidades para que no lo despidiera, la acabo de mandar al garete sin ton ni son.

— ¿No hay otra opción? — Pregunto presa del pánico, angustiada, a modo de disculpa.

¿Por qué no puedo dejar de hacer preguntas estúpidas?

— No. — Qué inflexible es, por Dios, y el comentario de antes, para bien no ha sido que digamos.

— Sí la hay. — ¿Quién entra ahora?

Al girarme, para mi grata sorpresa, veo a John, el desconocido y enrollado hijo del señor Palmer, el hombre que actúa desde la sombra, el hombre con mejor carácter, comprensible y buen humor que deseábamos para que nos ayudara, porque si alguien puede hacerlo, esa persona, es él.

Entra en el pequeño despacho, haciéndolo parecer abarrotado de gente.

— No sabes que ha pasado. — Lo mira con gran intensidad.

— Lo he escuchado todo, jefe. — Nos mira sonriente. — Sé que ha pasado, y sé quién es mi madre. — Ahogo una gran risotada, al igual que Hugo, y nos mira con compresión. — Hacéis buena pareja. — Es un cachondo mental.

Amando A Hugo © [Profesor vol. 1] |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora