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Francia. Noviembre 5.

Hay sabores que aunque no provengan del mismo fruto u objeto, saben justamente igual. El metal y la sangre, todos alguna vez habíamos probado ese extraño sabor de la sangre. ¿El metal sabe a sangre o la sangre sabe a metal?


Recuerdo cuando mis pies no procesaron uno de los escalones que me conducían a la habitación de arriba, de esa forma caí y me rompí el labio, ahí supe que la sangre sabía a metal. Luego, mis ansias por esperar la comida hicieron que metiera la cuchara sin ningún alimento a mi boca, de esta forma supe lo raro que sabía. Aún no logró tener la respuesta a mi duda.

~

Si algún día me llegasen a preguntar que recordaba de mi niñez, con seguridad podría decir que nada es claro, todo es borroso. Es como si nacieras teniendo la edad que tienes ahora, solo recuerdas lo que empezaste a recorrer a partir de  cierta edad. Para mí, nada empieza desde el momento en que nací, empieza ahora.

Solo se podía hacer la misma pregunta cada vez que mirabas a la ventana y veías las gotas de lluvia caer y caer. La curiosidad, era una de las principales razones por las cuales nos atreviamos a formular tantas preguntas, a una pequeña edad, esas preguntas se van multiplicando trayendo con ellas más y más preguntas. Para Annie, hasta que su curiosidad no fuese alimentada no podría parar, ¿ese debía ser su más grande problema de ansiedad? No lo creo.

¿Por qué llueve?—fue su primera pregunta, la más importante para su mente. Genevie seguía lavando los platos sucios, con poca paciencia, no fue capaz de responderle a lo que ella se limitó a suspirar.

"Debe estar enojado el cielo" pensó al ver que las gotas seguían cayendo sin parar. Unos segundos más tarde, sacó su cuaderno y comenzó a dibujar garabatos, pasaba horas haciendo lo mismo en su cuaderno de dibujo. Lo más extraño de todo era que siempre terminaba trazando lineas de aquella extraña obra.

El mismo rostro sin rostro. Ese era el título que le colocaba a la obra, una mujer la cual podría ser hermosa o podría no serlo, pero ¿como lo sabría?nunca podía dibujar bien su rostro por lo que terminaba rayandolo sin saber como podria ser este. Odiaba que su curiosidad no pudiese descifrar eso.

—Aquí vamos de nuevo—Suspiró Genevie al ver su cuaderno, era la novena vez que su hija hacía los mismo garabatos. Se agachó hasta quedar a su altura y la miro de reojo. A pesar de que tenía diez años era bajita.

—¿Qué significado tienen tus dibujos?—Preguntó al fin, ella la miró por encima del hombro y paso la página para intentarlo una vez más.

—Cuando no recuerdas el nombre de una canción y quieres saber como se titula, dicen algo como "la tengo en la punta de la lengua"—su madre la miró con más atención, era madura para tener solo diez años—tengo el rostro de esta mujer en mi mente, aún así, cuando tengo que dibujarlo, no me sale igual—se defendió y cerró los ojos por un momento. Si conocía el rostro de aquella mujer, se veía algo borroso, pero, podría, si algún día tuviese que buscarla entre una multitud, encontrarla.

Annie Jones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora