Aclaraciones:
Ésta historia es solo para entretener.
Todo lo escrito a continuación es ficción y es material mío, se prohíbe su copia y/o adaptación sin permiso.
La historia es acerca del ship Frerard.
Contenido homosexual, trastornos mentales, suicidio, abuso de sustancias y relaciones sexuales.Gracias por leer, xoxo.
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1
"¿Qué clase de hombre eres?, si es que en verdad eres un hombre..." Decode; Paramore.
Frank.
Las despedidas eran crueles, o al menos de esa manera las veía yo. Mis padres sonreían con nostalgia, las lágrimas que caían por las mejillas rosadas de mi madre me rompían el corazón, no quería dejarlos en lo absoluto. Al despedirme por última vez de ambos me encaminé hasta la puerta por donde abordaría el avión, después de todo, mis padres habían accedido a dejarme estudiar en Longview, Washington. Una leve sonrisa se asomó por mis labios al estar dentro el avión, pero el sentimiento de estar perdiendo algo estaba presente en mi pecho.
[...]
Al llegar a mi destino, mi padre me pidió llamarlo, pues la esposa de su querido amigo me estaría esperando en el aeropuerto para después llevarme hasta su casa. Yo me sentía incómodo, pues para mi eran unos desconocidos; me habían hablado de ellos un par de veces, solo tenían una hija pero ella se había perdido en Nevada el año pasado, imagino que debe ser difícil.
— Eres Frank, ¿cierto? —una mujer se acercó a mí, su piel era bronceada y su rostro demacrado, justo como papá la había descrito, más o menos.
— Lo soy —la miré con el ceño fruncido— ¿Sarah Cox?
— Si, tu padre me ha hablado maravillas de ti, es un placer conocerte al fin —me dio un cálido abrazo, hice una mueca pues no era fan de las muestras de afecto, pero correspondí.
El camino a la casa de los Cox fue silencioso, en la radio pasaban música que ponía mis nervios de punta. La señora Cox tarareaba una que otra canción, supuse que debía conocerlas por su hija.
— ¿Y bien?, ¿por qué decidiste venir a un lugar tan deprimente como éste? —ella me preguntó sin despegar la mirada del camino.
— Yo... quería un cambio de aires —hice una mueca, no era del todo verdad.
— Pues, espero que podamos hacerte sentir como en casa —ella me miró de reojo y asentí de manera tímida.
— Gracias —murmuré.
El primer día se basó en desempacar. Lamentablemente, la mayoría de mis prendas estaban diseñadas para el calor de Los Ángeles, lo que significaba que debía comprar ropa nueva. Sarah y su esposo, Edward, me habían dejado quedarme en la habitación de huéspedes la cual era bastante amplia y de esa manera no me sentía como una molestia o una carga.
— Y bien, ¿qué te está pareciendo Longview?
— Es... lindo, mamá —sonreí con falsedad, mi madre sonaba emocionada tras el teléfono.
— ¿Cómo te han tratado Edward y Sarah? —ella suspiró, me dejé caer por completo en la cama mirando el techo, sabiendo que ella se sentía triste.
— Bien, mamá —mi voz se estaba cortando, sabía que estaba por llorar— Creo que debo irme, mañana comienzo clases, te amo.
Corté la llamada antes de que ella fuera capaz de responder, quería llora, pero no debía hacerlo a pesar de extrañar a mi familia.
[...]
— ¿Listo para tu primer día? —la voz de Edward era gruesa.
— Claro que sí —suspiré— Mi padre dijo que mi motocicleta estaría aquí, ¿es verdad?
— Cierto, casi me olvido de ello —me sonrió con timidez— Las llaves deben estar en el estante de la cocina, pregúntale a Sarah.
— Gracias, señor Cox —se puso de pie para después salir de la casa con su portafolio, sin despedirse de su mujer.
Después de desayunar me vi obligado a pedirle mis llaves a Sarah, ella me las dio sonriente. Me despedí de ella sin contacto físico y salí en busca de la motocicleta con una sonrisa en la cara, hoy era un buen día.
— Hola, chico nuevo —un chico con un afro simpático se acercó a mí, sonreí— Soy Ray Toro, y parece que seremos vecinos de casilleros.
— Un gusto, Ray —miré el suelo por un par de segundos— Soy Frank, Frank Iero.
— Lindo nombre —cerró su caja metálica para después recargarse en ella.
— Gracias, supongo —giré mi rostro hacia donde él miraba, un par de chicos iban entrando por el pasillo principal, ambos eran sumamente parecidos.
— Los hermanos Way —Ray pareció haber leído mi mente— Ambos son un par de antipáticos que no hablan con nadie más que con la mejor amiga de Gerard.
— ¿Quién es Gerard? —fruncí el ceño.
— El del cabello negro y largo —dijo discretamente— El rubio es Michael, él es... un poco menos raro que Gerard.
— Parece que no te agradan —lo miré por el rabillo del ojo.
— No es eso, es solo que son tan raros —hizo una mueca— Como sea, debemos ir a clase, Frank.
Le di una última mirada al par de chicos, y me sorprendí un poco al notar que el más pálido, Gerard, me miraba con el entrecejo fruncido. Me di la vuelta con las mejillas coloradas, qué vergüenza sentía en ese momento.
[...]
— Entonces tú eres el nuevo de quien todos hablan —una chica de tez pálida, ojos marrones y cabello azabache llegó hacia mi.
— Supongo —hice una mueca extraña.
— Soy Lindsey Ballato —su sonrisa era cálida, pasó su mano por mi mejilla haciéndome sentir mucho más incómodo— Tu piel es suave, qué lindo.
— Lindsey, lo estás asustando, mira su cara de incomodidad —Ray se burló.
— ¡Oh, por favor! —ella se apartó un poco— Lo siento, Frank.
— No hay problema.
Durante el almuerzo conocí a Jamia Nestor, era linda y tenía un buen sentido del humor, ella y Lindsey parecían ser muy buenas amigas. Ray, por su parte, miraba discretamente hacia la mesa en la que estaban los chicos Way. Yo había pillado a Gerard mirándome un par de veces, lo que hacía que mis mejillas se pusieran coloradas y calientes.
El día estaba por terminar, la clase de gimnasia era la última. Con una sonrisa entré junto con Ray, ahí también estaba Jamia quien, al verme, me dedicó una sonrisa. Conforme la clase avanzó me di cuenta de dos cosas; no soy bueno en los deportes y jamás debía distraerme. Fue tarde cuando sentí un fuerte golpe seguido de ver la sangre de mi nariz caer al suelo... gran error, la hematofobia hizo de las suyas comenzando con náuseas y mareos. Me dejé caer al suelo.
— ¡Oh por Dios, Frank! —Ray corrió hasta a mí, pero sentía mis piernas como gelatina que no era siquiera capaz de ponerme de pie por mi cuenta.
— ¡Tiene hemaforobia! —gritó el profesor, corriendo hasta a mí, Jamia se acercó a toda velocidad.
Vaya primer día.