Capítulo 21

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Al día siguiente, aún atravesando tu crisis emocional, pero en menor escala, te sentaste a desayunas con tu progenitor tranquilamente. Era sábado, así que no tenías que preocuparte por llegar a tiempo a la academia. Te hiciste varias tostadas y entablaste una conversación trivial con el hombre frente a ti en la mesa.
Se te notaba algo extraña a pesar de que intentabas disimular tu malestar.
Shion repentinamente se paró de la mesa, tomó las llaves y te indicó que salieras. No entendiste por qué, pero lo hiciste igualmente.
Ambos bajaron hasta el garaje, y tu padre condujo hasta un templo algo lejano.

-Papá, ¿que hacemos aquí?- el nombrado te extendió la mano cerrada, a lo que tu le tendiste tu mano abierta y él dejó caer varios yenes sobre tu palma.

-Ten un buen dia en el santuario. Relájate y reflexiona. Tómate el tiempo que necesites. Luego puedes comprarte algo de comer, pero asegúrate de tener suficiente dinero como para pagarte un tren a casa.

Lo miraste incrédula y expectante mientras él se regresaba al automóvil y conducía lejos. Volteaste a ver el templo, aceptando mentalmente la invitación obligatoria que tu progenitor te había hecho y caminando hacia la entrada.

[...]

Dejaste escapar un sonoro y largo suspiro, sintiendo el agua fría de la cascada caer sobre tus hombros.

"¿Qué me desagrada de los demás?"

Tus cejas se curvaron hacia abajo levemente y tus labios se apretaron.

"¿Qué me desagrada de Eijiro?" .

Tus manos, juntas frente a tu pecho, temblaban un poco por el frío y por la tensión y el estrés que estabas sintiendo en esos momentos.

"¿Cuándo fue que empecé a odiar todo...? Claro, fue cuando mamá se fue. No, no, fue antes" .

A tu mente llegaron imágenes de cuando eras muy niña, mucho antes de mudarte. En esos tiempos, aún vivías junto a tu madre. En esos tiempos, no odiabas a los otros, sino que te odiabas a ti misma. ¿La razón? No eras lo suficientemente buena como para ser amada por tu madre, la mujer que te dio la vida.
Cada día, ella te repetía el cómo detestaba mirarte porque tu rostro le recordaba el error que había cometido.

'¡Fue culpa tuya, Shion! ¿Cómo se te ocurrió dejarme embarazada? ¡Debiste haberte cuidado, idiota!'

Esas palabras las escuchabas regularmente a altas horas de la noche. Te robaban el sueño. Allí nacían las densas bolsas negras que rodeaban tus orbes ****, y tu piel pálida, casi pareciendo muerta, se debía a que la mujer se negaba rotundamente a, por ejemplo, salir a la playa contigo. Al único lugar al que ibas era a la escuela.

"Yo... odiaba a mi mamá. Odio a mi mamá, y ella me odiaba a mi..."

Y entonces lo entendiste. Después de tantos años de desprecio por parte de tu progenitora, después de tanto tiempo de sentirte insuficiente, te habías dejado afectar por sus palabras, y tu aniñada mentalidad asumió que todos eran como tu madre. Porque, si la persona que más amor debería darte te odiaba tanto ¿que tanto te odiarían los demás? ¿Qué tan falsas serían esas sonrisas que siempre veías por la calle? ¿Qué tan vacías debían estar esas palabras bonitas, probablemente citadas de un libro sobre la falsa fantasía llamada "amor"?
Entonces lo entendiste, la razón de tu ser. El origen de los pensamientos que nunca fueron tuyos y emociones ajenas que habías adoptado como propias. Tú te habías dejado influenciar por aquel monstruo que de hacía llamar "madre", aunque su comportamiento estaba lejos de entrar en el concepto de la palabra, y habías adoptado su retorcida mentalidad.

Deberías haberla ignorado. Deberías haberla enfrentado. Pero tenías miedo. Eras débil e ingenua, y sabías que esa era una pelea que no podías ganar. Te inclinaste hacia la cobardía y decidiste que lo mejor era vivir a la defensiva, con el espectro de tu madre siempre presente en tu actitud. En su momento, creías que te estabas haciendo fuerte, que esa era la forma de superarlo, pero ahora caías en cuenta de que habías escogido la peor de las opciones.

Ahora, entre tú y tu madre no existían diferencias.

Ambas despreciaban al mundo din razón.

Y darte cuenta te lastimó.

Y estabas segura de que esa era la herida más grande que habías tenido jamás.

Recordaste todas tus visitas a los distintos hospitales debido a las múltiples veces que tu papá y tú debían ir por el monstruo ya que ella se pasaba de bar en bar, de copa en copa, de cama en cama y, por supuesto, de piso en piso tras cada coma etílico y desmayo. De hospital en hospital se paseaba ella, y los llevaba a pasear a ustedes dos.

Y esas memorias dolorosas que tanto tiempo habías tenido guardadas bajo llave en una caja fuerte, causaron que tus lágrimas comenzaran a brotar. Lágrimas que se mezclaban con el agua de la fría cascada.

La mujer a tu lado notó tus sollozos. Se preocupó, pero decidió no preguntar.

Mientras tanto, te sentías mal contigo misma. Empezabas a odiarte de nuevo, a ti y a cada decisión que habías tomado en toda tu vida, porque te había llevado a ser como eras.

Pero también, por otro lado, te sentías liberada de las cadenas que te mantenían atada a tu madre.

Por fin volverías a ser quien eras antes.

Por fin podrías pensar por ti misma.

Por fin te permitirías amar y ser amada.

Por fin sería hora de romper esa falsa personalidad que a la que te habías adaptado.

Y por fin, de a poco, serías capaz de demoler el muro que habías construido al rededor de tu corazón.

O, al menos, si no eras capaz de tirarlo abajo por completo, hacer una puerta, y darle la llave a las personas que se lo merecían.

Mi Vecino Pelirrojo [DISCONTINUADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora