Capítulo 25. Recuerdos en Cruel II.

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La primera vez que Janson me castigó fue porque me negué a colaborar con los doctores. A penas llevaba unos meses en Cruel y todavía no estaba acostumbrada a esa gente. Janson apareció por la sala médica y me cogió en brazos. Nadie le dijo nada, ni si quiera el resto de chicos y chicas que estaban en las camillas de al lado de la mía.

- Tienes que aprender a comportarte, Maya. – fue lo único que me dijo antes de meterme en una habitación en la que no entraba más que una rendija de luz, vacía por completo excepto por la cama que había en una de las esquinas. Me mantuvo ahí tres o cuatro días, introduciendo una bandeja para que comiera una vez al día. Estaba aterrada y desesperada, por eso en cuanto le vi abrir la puerta me lancé hacia él para abrazarle por la cintura.

- Lo siento. Lo siento. – susurré apurada. – No volveré a hacerlo.

Solo era una niña y lo cierto es que tenía muy mal genio. Obviamente el incidente se repitió y Janson continuó encerrándome por más que le suplicara que no lo hiciera, que solo había sido un desliz. A veces, cuando me enrabietaba tontamente, me soltaba una bofetada para calmarme antes de llevarme a esa maldita habitación.

Conforme fui creciendo aprendí a controlarme y adaptarme a lo que él quería de mí. Al mismo tiempo me di cuenta de que solo intervenía por mí, no por el resto de niños. No entendía por qué debía tener el ojo puesto en mí cuando ignoraba al resto. Cuidarme no era su trabajo. De vez en cuando me llevaba con él a dar una vuelta por los pasillos del edificio e incluso me dejó entrar en su despacho. No estaba cómoda con él, pero tampoco me aterraba si era amable conmigo. Aún necesité crecer unos años más para darme cuenta de la sucia rata que era.

- Te he traído un vestido. – me dijo un día tras cerrar la puerta de su despacho. – No puedes quedártelo porque tienes que ir vestida como el resto de niños, pero puedes probártelo.

No podía negarme sin temer las consecuencias y obviamente me hizo cambiarme ahí mismo, dándole la espalda. Me acariciaba el pelo, como si lo peinase con sus dedos, y acariciaba mis brazos hasta llegar a la punta de mis dedos. Nunca fue más allá; nunca pasó esa línea, pero me aterraba que un día cualquier pudiera hacerlo.

- Eres perfecta. Mejor que el resto de chicos. – me miraba con total admiración, como si fuera una joya, y yo cada vez sentía más ganas de huir y vomitar. – Siempre he sabido que eras mejor que ellos. Cuando crezcas serás la envidia de todo ser viviente, pero te quedarás conmigo, ¿no?

Asentía siempre ante su pregunta. ¿Qué mas podía hacer sino? Pero con cada día que pasaba me encontraba más y más asustada. Me mareaba tan solo de verle acercarse a mí. Me quitaba el sueño el imaginar que tendría que volver a quedarme a solas con él, sin ninguna defensa porque él lo controlaba todo y me controlaba a mi.

Aprendí que, después de las pruebas rutinarias, se acostumbró a venir a buscarme. Así que espabilé y siempre me marchaba antes para que no me encontrara. Me escondía en cualquier lado, y cuando él iba a mi cuarto y regresaba a preguntar por mí a los doctores ya que no me había encontrado, era cuando volvía a la habitación. Siempre ponía alguna excusa como que nos habríamos cruzado por los pasillos; y con un poco suerte en esos trayectos a él ya le habría salido algo más importante que hacer que importunarme.

Un día se pasaron con las pruebas y acabé más débil que de costumbre. Me encaminé con rapidez hacia la salida, pero todavía estaba algo atontada y no me creía capaz de huir. Y quedarme en esas condiciones con Janson todavía me parecía más peligroso. Ni si quiera vi quién salía detrás de mí cuando le agarré por la camiseta y le miré con desesperación.

- Tienes que ayudarme, por favor. – le supliqué para darme cuenta de que se trataba de Gally. – Escóndeme.

Nuestra relación era casi inexistente, por eso me sorprendí cuando me tomó del brazo y empezó a caminar con rapidez hasta dar con una sala vacía. Cuando nos detuvimos noté que le faltaba la respiración porque las pruebas le habían afectado tanto como a mí, así que le ayudé a sentarse en el suelo y yo lo hice a su lado. Esa vez no me preguntó el motivo, pero no fue la única vez que me salvó el culo. Así que, con el tiempo, empecé a contarle lo que me ocurría con Janson.

Incluso si no te recuerdo | Maze RunnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora