Capítulo 6. Hostilidades.

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- Maya... Maya... – escucho una voz a lo lejos que me llama. Me suena familiar, pero no consigo reconocerla. Es una voz masculina; incluso diría que es dulce si no fuera porque consigue ponerme los pelos de punta. – Maya, cariño... Eres especial, te lo he dicho siempre. No voy a dejarte ir.

Le observo delante de mí, pero algo borroso me impide ver su rostro. Siento su mano acercarse a mí y deja un mechón de pelo detrás de mi oreja. Antes de alejarse, sus dedos acarician el borde de mi mandíbula. Una sensación amarga se instaura en mi garganta. Todo cambia en un segundo y una presión en mi pecho crece. Estoy ahogándome. Golpeo el cristal que me impide escapar, pero es en vano, no hay forma de que lo rompa.

- Cruel es buena, Maya. – susurra una mujer. No hay nadie a mi alrededor, pero parece como si su voz me hubiese susurrado al oído. Siento cualquier pizca de oxígeno abandonar mis pulmones mientras que las fuerzas se me agotan. No puedo respirar. No puedo escapar. No puedo hacer nada.

Me incorporo tan rápido en mi hamaca que es una suerte que no caiga al suelo. Mi respiración está agitada y siento el sudor frío resbalar por mi nuca. Ha sido tan solo un sueño; una pesadilla. Apoyo los pies en el suelo y cojo todo el aire que mis pulmones me permiten antes de soltarlo de nuevo. Aunque consiga tranquilizarme sé que ya no podré pegar ojo, así que me levanto y salgo de la Finca procurando no hacer ruido. Todo el mundo está durmiendo y el cielo está demasiado oscuro. No sé a dónde ir, pero necesito caminar y despejar mi mente. Decido internarme en el bosque; es demasiado pronto como para ir a observar cómo se abre el Laberinto y, además, todavía nadie me ha enseñado esta parte del Claro.

El aire silba entre las hojas de los árboles y la escasa luz de la luna es lo único que alumbra este bosque. Algo a lo lejos llama mi atención y consigue que me detenga en seco. Agudizo la vista y diviso algo en el suelo; algo que no encaja con el ambiente natural porque lo han debido de poner los chicos. Me acerco recelosa, casi con miedo a descubrir lo que creo que es, y mis ojos se abren de par en par cuando rodeo la zona y veo varias cruces clavadas en el suelo. Retrocedo varios pasos, atónita, descubriendo que lo que hay ante mis narices son tumbas. La piel se me ha puesto de gallina al imaginar a los chicos enterrando a sus compañeros en esta zona del bosque.

Me apoyo en la corteza de un árbol a varios metros de distancia y las observo con más detenimiento. Cada una tiene un nombre escrito y reconozco los de George y Ben en tumbas diferentes. Ya vi esos nombres en el muro del Laberinto, tachados.

- ¿Qué diablos haces aquí? – aunque en un principio me sobresalto, decido no girarme porque conozco perfectamente quién es y no estoy segura de querer verle. Desafortunadamente, el chico continúa avanzando hasta plantarse delante de mí.

- No podía dormir. – respondo. Gally está serio, como cada vez que me habla, y de nuevo tiene los brazos cruzados sobre el pecho. – ¿Y tú?

- Lo mismo. – dice. Casi me sorprende que me haya contestado.

Me muerdo el interior de la mejilla sin saber bien qué decir en estos momentos, por lo que prefiero volver a posar mi vista sobre las tumbas. De reojo puedo ver cómo Gally las observa también.

- Tan solo son tumbas simbólicas. – dice de repente. – Cuando alguien muere aquí nunca recuperamos su cuerpo.

- ¿Qué le pasó a Ben?

Al girarse Gally hacia mí con los ojos entrecerrados me arrepiento de haber preguntado. Sigo creyendo que no hace mucho de su muerte, y si nadie lo ha mencionado, quizás no sea el mejor tema para tratar, mucho menos con él.

- Le picó un lacerador poco después de que llegara Thomas. Enloqueció y tuvimos que desterrarle.

- ¿Y por eso crees que él tiene la culpa? – cuestiono, pero no obtengo respuesta alguna. – ¿Por eso crees que yo también soy culpable de algo?

Incluso si no te recuerdo | Maze RunnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora