Capítulo 21. Recuerdos en Cruel I.

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No recuerdo qué fue de mi padre y de mi madre solo puedo ver alguna imagen lejana. Supongo que mis recuerdos no han llegado tan atrás. Quiero pensar que estuvieron alguna vez y que debieron marcharse por culpa del Destello. Mi hermana mayor, Talisa, era preciosa. Ella fue quien me entregó a Cruel con la esperanza de que allí estuviera a salvo porque sabía que afuera no podríamos sobrevivir las dos. No volví a verla nunca más.

Tenía que pasar mi antebrazo por mi rostro constantemente para apartarme las lágrimas. Por lo menos el soldado que me cogió en brazos y me llevó al interior del edificio no fue brusco conmigo. Me dejó en una habitación rodeada por espejos donde ya había cuatro chicos. Más tarde conocería sus nombres: Thomas, Gally, Jeff y Alby.

Los demás me observaron con los ojos muy abiertos, pero Gally fue el primero en acercarse hacia mí. Me miraba con una gran sonrisa, pero no era amable, por eso hice un esfuerzo por devolverle la mirada sin timidez.

- Estás llorando. – me dijo.

- No es verdad.

- Claro que lo es. – amplió la sonrisa de su rostro y juré que la odiaría de por vida. – Eres una llorona.

Ahora que no estaba mi hermana me sentía sola y amenazada, pero no iba a permitir que ni ese ni ningún niño se rieran de mí. Por eso le empujé con toda la fuerza que pude juntar y logré tirarlo al suelo.

- No soy una llorona. – protesté. Gally me miró desde el suelo, adolorido, pero no tardó en ponerse en pie. Estaba enfadado y dispuesto a devolvérmela cuando Alby se interpuso entre los dos.

- No hay que pegar a las niñas. – le recordó a Gally, mas a este seguía sin convencerle ese argumento. A mí tampoco, la verdad, y por eso al que empujé esta vez fue a Alby, aunque a él solo logré moverle levemente. Las puertas se abrieron y no tardaron en entrar un par de guardias. Me había metido en un lío. Detrás de ellos apareció un hombre de pelo grisáceo y avanzó hasta arrodillarse delante de mí. Los otros cuatro niños se alejaron de él como si fuera el mismísimo diablo.

- ¿Cómo te llamas?

- Maya. – respondí. Me llevó un tiempo descubrir que nadie puede confiar en Janson.

- Maya, cariño, no puedes ir empujando a los chicos. – me explicó con paciencia. – Van a ser tus compañeros durante mucho tiempo.

- Han dicho que soy una llorona. – me quejé. – Y no lo soy. Solo quería demostrarlo.

Janson me mostró una sonrisa ladina y sentí como su pecho se hinchaba casi con emoción. Llevó su mano a mi cabeza y acarició las puntas de mi cabello.

- Yo sí creo que eres una niña muy fuerte. – me aseguró. Luego se puso en pie y me tendió una mano. – Ven. Te llevaré a tu nueva habitación.

Cuando éramos pequeños no era tan horrible. Pasábamos muchas horas juntos e incluso nos divertíamos de vez en cuando. Las pruebas que nos hacían eran muy simples e indoloras. Después de mi impulsiva presentación, el resto de niños no querían acercarse demasiado a mí. Todo cambió con la llegada de Newt, él fue el único capaz de integrarme en el grupo y hacerme sentir una más. Muchas veces me enfadaba y protestaba, pero Janson se encargó de corregirme. Si me portaba mal me mandaba a aislamiento y la soledad no tardó en aterrarme.

Cuando crecimos todo se hizo más duro por momentos. Las pruebas y los experimentos nos destrozaban. A penas podíamos vernos y, las veces que lo hacíamos, era por los pasillos o infringiendo las normas. Éramos demasiados niños como para mantenernos a todos controlados, y aunque nos pillasen donde no debíamos, no podían hacernos nada peor que lo que nos estaban haciendo ya. O eso creía.

Incluso si no te recuerdo | Maze RunnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora