||Los Encontré||—Despierta... —
Aquella era su voz. Pero así como propia, también se sentía lejana. Su mente era el receptor más no su emisor. Era su voz, pero en otro cuerpo.
Su cuerpo. Postrado en la camilla de aquel hospital. El punto final para el antes; y, el de partida para el después.
—Despierta. Es hora de irnos. —insistió, mirando su cuerpo más joven de algunos años atrás, en coma, con vendas rodeando su tórax e intravenosas atravesando sus antebrazos.
—¿Estás herido? —respondió con otra pregunta. Ante esto, Rick elevó su mano, ensangrentada, luego de haber tocado el costado de su cintura, donde una perforación permitía la salida se sangre. Al bajar su mano, se encontró su sonrisa burlesca desde aquella camilla. —Así es, despierta, imbécil. —
Rick abrió sus ojos como platos y tomó una gran bocanada de aire luego de haber rozado por segundos la inconsciencia.
Sostuvo el fierro que lo atravesaba y observó claramente ambas hordas dirigiéndose específicamente hacia él.
Elevó su mano, con la esperanza de alcanzar el fierro que estaba a varios centímetros de su cabeza y gritó de dolor sintiendo que el metal se sacudía en su estómago. Desistió de aquel intento y volvió a observar a su alrededor; los caminantes se acercaban, pero el caballo seguía ahí. Desató su cinturón y lo pasó por encima de los tubos, jaló hacia adelante con todas sus fuerzas, gritando en el intento por la agonía y el dolor que perforaba su cuerpo hasta que finalmente se liberó, cayendo de rodillas. Sostuvo su costado sangrante y se arrastró con sus extremidades restantes hacia el caballo, al cual subió apenas pudo. El mismo se alarmó ante la presencia de los muertos, pero Rick se sostuvo con fuerza y lo obligó a avanzar, aunque bien no quisiera, hacia el puente, con ambas hordas unidas, mientras se decía así mismo no cerrar los ojos, no rendirse e intentar.
—Perdiendo mucha... Debo luchar... —se decía, batallando en el limbo que dividía el desistir y rendirse o el luchar y seguir. Para su suerte divisó un cartel , el cual indicaba la ubicación de residencia cercana y no dudó en azotar a su caballo, dándole la orden de correr más rápido hacia el bosque.
Encontró una cabaña vieja, muy vieja.
Bajó del caballo y no dudó en ingresar, devolviendo el arma a su funda al ver el interior del lugar hecho un desastre de polvo y basura, pero despejado de muertos.
Caminó hacia la mesa cercana y se sentó sobre la silla. Tomó la sucia tela del mantel que cubría la superficie y la rompió creando una más delgada para ceñirla a su cintura con fuerza, tratando de detener la hemorragia.
Cayó inconsciente.
Sostuvo su costado ensangrentado. Aun seguía montado a caballo, y la horda todavía lo perseguía; sin embargo, el lugar donde se hallaba era distinto, pero conocido; Atlanta estuvo una vez más frente a sus ojos.
Se adentró en la ciudad, de pronto los muertos ya no eran el problema. Las destruidas calles estaban vacías hasta que se encontró con aquel patrullero, cuyo asiento de copiloto estaba ocupado por el dueño de aquella mirada castaña tan familiar.
—Estás herido. — contempló Shane, mirándolo desde la ventanilla. —Diablos, vaquero. Te ves terrible. —
El lugar cambio de repente. Ambos se encontraron dentro del vehículo policial y la ciudad había sido reemplazada por el campo.
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