||La Reina del Tatuaje||
—¿Por fín vienes a matarme? —preguntó Lydia cuando su visita, esta vez, se trató del cazador.
Daryl caminó en silencio y tomó asiento en un banquillo frente a la celda. De su bolsillo sacó un frasco anaranjado y se lo enseñó.
—Es para el oído. Por la forma en que te jalas la oreja debe dolerte.— señaló, pero Lydia le otorgó la respuesta mediante su silencio. —¿No? Me da igual, como quieras. —alzó sus hombros, restándole importancia y guardó el frasco nuevamente antes de suspirar. —Dos de los nuestros desaparecieron. Pero encontramos sus caballos, medio despellejados, medio comidos ¿sabes algo al respecto? —
—¿Cómo podría saberlo?—espetó sarcástica.
—¿Qué haría tu mamá si se encontrara con nosotros? ¿Nos mataría? —
—Si fuera necesario...Si.— su mente vagó en un recuerdo dentro de aquel sótano: las manos de su madre, puestas en el cuello de un escandaloso tipo, ahorcándole con la intención de callarlo definitivamente mientras ella era cubierta por los brazos y voz de su padre cantándole "Oh, Lydia" Repetidas veces. —Él siempre me cantaba eso. —
—Hm... —asintió.—¿Cuántos años tenías? —
—¿Cinco años? ¿Seis? ¿Cómo saberlo? —expresó algo molesta, jalando su lóbulo. Dicho gesto hizo que Dixon le arrojara las pastillas finalmente y Lydia atrajo el frasco con su pie.
—Pero no tiene por que ser así.—le hizo saber.— Aquí hay mucha buena gente. Ellos te ayudarán si tú los ayudas. —
—¿Me das agua? —preguntó, y Daryl asintió en tanto ella se asomaba a los barrotes.
Tras sumergir un cucharón en una olla de agua, el ballestero regresó, pasando el utensilio entre los barrotes, provocando que Lydia lo mirase con obviedad.
—¿Crees que te golpearé con eso? —
Daryl no le respondió, por lo que la chica de la máscara se acercó a beber y de repente lo golpeó con la punta del cucharón. El cazador aprovechó para tomar su brazo y removió su manga, encontrando múltiples cortes no tan cicatrizados, pero Lydia escupió su rostro y logró apartarlo.
Daryl toqueteó el pequeño corte en su mejilla antes de irse.
[•••]
Un segundo intento fue el que hizo Daryl, regresando a las celdas con una rama de árbol entre sus manos.
—Algunos padres...—comenzó a hablar. —... Inventan excusas para darle una paliza a sus hijos. Tal vez estén borrachos. Tal vez no puedan emborracharse. El cinto es efectivo, pero esos desgraciados son quisquillosos. Se arreglan con lo que tienen en la mano. Una buena rama de abedúl, también sirve. Yo diría que tu papá era de esos padres. Salvo en eso de cantarte cuando tenías miedo. A esos padres... les gusta que tengas miedo. Pero justo esa es la única parte de tu historia que me resultó creíble. Supiste exactamente qué era esto cuando bajé. Y esas magulladuras en el brazo, son de una paliza. Así que , si tu papá murió, ¿quién te pegó? —
—Mi mamá.— confesó.
—¿Dónde está?—
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