𝟎𝟑

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HINATA

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HINATA

Recorro el pasillo hasta el asiento de la ventana que me han asignado.

Diez, quizá quince centímetros me separan de la muerte.
Sí, soy dura, pero ir en avión me da miedo.
Los aviones son básicamente maltratados ataúdes de hojalata que viajan un millón de kilómetros por hora.
Si los combinamos con una pequeña tormenta eléctrica, como la que nos envuelve en este momento, me convierto en una histérica. Las gotas de sudor me perlan la frente cuando imagino mi
cuerpo destrozado en el suelo en medio de un montón de escombros en llamas.
Me tiemblan las manos mientras abro la mochila para sacar mi preciada copia en papel de Jane Eyre, el Kindle —pues nunca se tienen demasiados libros— y un jersey. Me estoy congelando en el avión, y no estoy segura de si es por los nervios o si hace frío de verdad. Decido que se trata de los nervios al estudiar de forma furtiva a los demás pasajeros y notar que parecen estar a gusto.

Estremeciéndome, me acomodo en el asiento e intento leer el ridículo libro que me ha descargado en el Kindle mi prima Tenten, una neoyorquina de veintitantos años con la que me he alojado mientras visitaba la universidad de Nueva York durante las vacaciones de primavera del instituto.
Mantuvimos algunas animadas charlas nocturnas, y cuando le mencioné lo colada que estoy por Toneri, un chico de Highland Park, se autoimpuso la misión de llenarme el lector digital de libros
de autoayuda y consejos prácticos sobre cómo conseguir conquistar al hombre de mis sueños.
Es una tontería, y lo sé.
Pero es difícil decirle a Tenten que no.
Olvidando el libro, apoyo la cabeza hacia atrás, contra el reposacabezas del asiento. Estoy cansada después de haber salido de juerga con ella, a pesar de que permanecí sentada en una esquina al fondo del bar y me dediqué durante la mayor parte de la noche a observar a todo el mundo.
Me sentía muy nerviosa, ya que solo tengo diecisiete años y usé un carnet de identidad falso que Tenten me proporcionó. Cumpliré dieciocho años en septiembre, dentro de unos cinco meses.
Vuelvo a pensar en el chico guapo de la puerta de embarque.
Desde el momento en que lo vi por primera vez, cuando tocaba anoche, noté algo en él que... me llamó la atención.
Era como si lo conociera, pero no sabía de qué.
Mis ojos lo siguieron durante todo el concierto; me fijé en la forma en la que se paseaba por el escenario como si no tuviera miedo, la forma en la que hacía girar su cuerpo delgado y musculoso,
moviéndose al ritmo de aquella música ruidosa y sugerente. En un momento dado, me excusé con Tenten para ir al baño y lo seguí al exterior durante el descanso, donde lo observé desde la puerta mientras él fumaba un cigarrillo, apoyando la cabeza contra la fachada de ladrillo del edificio al tiempo que expulsaba el humo al aire. No se había percatado de mi presencia, por supuesto. Había muchas chicas a su alrededor compitiendo por su atención. En pocas palabras, estaba fuera de mi alcance.
«Olvídate de el».
Es lo mejor.
Lo que debería estar haciendo es concentrarme en convencer a mi madre adoptiva, Hanna, para que me permita asistir a la universidad de Nueva York en otoño.
Como si la hubiera invocado, me vibra el móvil y recibo un mensaje de texto de ella.

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