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HINATA

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HINATA

Después de aparcar, recorro la acera que lleva a la entrada de mi dormitorio, maldiciendo por lo bajo porque las farolas de este lado de la calle están apagadas. Considerando lo que cuesta la residencia —treinta mil dólares al año, incluida la matrícula—, pensaba que el mantenimiento sería mucho mejor.

Además de eso, las nubes ocultan la luna en cuarto creciente, dejándome casi sin luz. Debería haberme traído una linterna.
Cruzo la oscuridad rápidamente, ansiosa por llegar a mi habitación y meterme en la ducha. Me acerco hasta un par de metros de la puerta más cercana al aparcamiento antes de darme cuenta de que son más de las diez, lo que significa que esa entrada lateral está cerrada y que tendré que retroceder y entrar por el vestíbulo principal.

«Aggg...».

Me doy la vuelta, y sigo la larga acera que serpentea a través de hermosos paisajes y árboles. Ansiosa por llegar a un área bien iluminada, busco las llaves en la mochila.
De repente, oigo un susurro detrás de mí.
Sin detenerme, recorro con los ojos el aparcamiento, a mi izquierda, y el oscuro paisaje a mi derecha. Nada se mueve, pero se me acelera el pulso.

«Tranquila», me digo a mí misma. Además de ser uno de los barrios más ricos del mundo, Highland Park también es uno de los más seguros.
Aprieto el paso con un poco más de ánimo, y me concentro en llegar a la puerta principal.
Otro sonido inunda mis oídos, esta vez es un ruido que se detiene cuando yo lo hago. Miro por encima del hombro mientras un hormigueo me eriza el cuero cabelludo.
Hay alguien ahí fuera.
Mirándome.
Siguiéndome.

—¿Quién está ahí? —pregunto mirando la oscuridad.

Silencio.

—Tengo gas para protección personal —digo.—Y no me da miedo usarlo.

Noto las manos húmedas. Estoy a unos cincuenta metros de la entrada principal. Podría soltar la mochila y salir corriendo...

—No te asustes. Soy solo yo, nena.

Oigo una risita antes de que Sasori salga de detrás de un pequeño arbusto. Usa un gorro negro, y se mete las manos en los bolsillos mientras adopta una pose
indiferente, pero sus pasos son firmes y decididos.

—Ya me parecía que vivías aquí. Mi dormitorio está justo al lado del tuyo.
De hecho, te he visto aparcando y he pensado saludarte.

«¿Saludarme? , ya...».

Doy un paso atrás al tiempo que frunzo el ceño.

—Ya es tarde. ¿Qué quieres?

Se encoge de hombros, se acerca y se detiene a unos cinco pasos de mí.
Casi metro noventa de altura con músculos voluminosos, resulta. intimidante.

—Nada. Solo quiero hablar.

Se me enfría el estómago.
Hay un tono muy ladino en su voz.
No debería haberme enfrentado a él. Debería haber ignorado su comentario sarcástico sobre bailar en su regazo y dejarlo pasar, el orgullo va antes de una caída y todo ese rollo.
Ya me ha alcanzado y su cara afilada se cierne hacia mí, hay una mirada hosca en su rostro mientras mueve sus ojos sobre mí.

𝓚𝓲𝓾𝓫𝔂   ✶   𝒩𝐻 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora