𝟏𝟕

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HINATA

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HINATA

Es lunes, hace tres días que no sé nada de Naruto. Todavía no sé cómo lo he conseguido, pero me lashe arreglado para evitar enviarle mensajes de texto o pasar por el ático. Estoy enfadada con él por ese
adiós críptico y todavía sigo furiosa por la interferencia de Hanna. Aunque ella sí me ha llamado y enviado varios mensajes de texto, que me niego a responder.

Me acerco lentamente al instituto, intentando no pensar en ninguno de los dos.
Aun así, no puedo concentrarme.
Acabo recordando a Kyubi en cada clase; mi cerebro y mi corazón se emborrachan con imágenesde su aspecto nervioso y peligroso, con la forma en la que sus ojos me siguen donde quiera que vaya,con lo que siento cuando su cuerpo está apretado contra mi piel desnuda.
Deseo eso. Lo deseo a él.

«Pero se droga».
«Utiliza a las chicas».

Rebobino para recordar todas las cosas que Hanna me ha contado. Sin embargo, a mi corazón no le importa.

«¿Dónde está?».
«¿Por qué no me ha enviado ningún mensaje de texto?».
«¿Qué he hecho mal?».

En cuanto suena el timbre para que acudamos a la última clase, esquivo el ataque de los estudiantes y salgo por las puertas principales como si tuviera todo el derecho a ello. Nadie se da cuenta, y lanzoun suspiro de alivio.
Me subo al coche para alejarme de Highland Park, en dirección al ático. He hecho todo lo posiblepara fingir que todo va bien, que no estoy pensando en él cada segundo, pero es mentira.
Después de veinte minutos de trayecto por la autopista en los que voy oyendo su música, encuentro sitio para aparcar en Bandera Avenue, a pocas manzanas del edificio. Todavía con la falda de cuadros
azules y verdes del uniforme, las medias azules hasta la rodilla y la camisa blanca con cuello de Peter Pan, troto hacia el parque que hay frente a su casa.
Es un día soleado, pero una nube oscura oscurece el sol y provoca un ánimo sombrío en mis entrañas.
El aire parece siniestro.
Miro hacia lo alto del edificio, y mis ojos se posan finalmente en el balcón del ático. Los dejo allí clavados, sintiéndome estúpida y demasiado inocente, casi esperando que sepa que estoy aquí y salga para verme.
Pero no lo hace. Nadie se asoma al balcón para saludarme.

«Si él te quisiera aquí, te lo habría dicho —me recuerda una parte de mi cerebro, a la que ignoro—.Se ha despedido de ti».

Tampoco me importa.
La vida va de arriesgarse, de decir cómo te sientes, y a la mierda las consecuencias. Es decir, ¿cómo sabrás que es una decisión incorrecta si nunca la tomas?
Le envío un mensaje de texto con las manos temblorosas y húmedas por el sudor.

𝓚𝓲𝓾𝓫𝔂   ✶   𝒩𝐻 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora