𝟎𝟖

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KYUBI

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KYUBI

Corro.
Corro hasta que no puedo respirar y me duele el pecho.
Sudoroso y cansado, me detengo en un parque cercano, iluminado con muchas farolas, para recuperar el aliento.
En mi mente dan vueltas mi padre, su nueva esposa y Hina.

Después de un día loco, en mi interior todo está revuelto. Me froto la cara. A veces, el ejercicio mantiene a raya los antojos, pero en este momento no está funcionando.
Necesito algo duro para ahuyentarlo todo.
Agotado, me siento en un banco y hago planes para la noche. Podría volver a la casa a pasar la noche, pero por alguna razón tengo miedo, y tiene mucho que ver con Hinata.
Necesito alejarme de ella. Aunque apenas la conozco, de alguna manera se las ha arreglado para meterse bajo mi piel.
Suelto un largo suspiro, sintiéndome solo. Ellos están en casa riendo y jugando al Scrabble. Son una familia, y yo no encajo.
Cambio de dirección y pienso en el grupo y en la gira que hemos hecho durante los últimos meses, tocando en bares y pequeñas salas de música por todo Estados Unidos.

Hemos hecho bien en no firmar con un sello discográfico. No es dinero en abundancia, pero sí resulta suficiente para que podamos pagar una residencia permanente en Los Ángeles, un lugar para echar raíces.
Sasuke es de allí y conoce a un par de productores discográficos con los que quiere trabajar. Es la única familia
que tengo en realidad...
Lo que me lleva de vuelta a la partida de Scrabble.
¡Joder! En realidad no quiero volver a la mansión hoy. Después de pensarlo un poco, decido que recogeré la ropa y la guitarra mañana.

Llamo a un Uber para que me lleve al centro comercial The Galleria a comprar lo básico: vaqueros, algunas camisetas, un par de chanclas de cuero y ropa interior.
Después de las compras, voy al ático y me ducho.
Una hora después, estoy sentado en un bar en la zona residencial. Pido un trago de tequila justo cuando se me acerca una pelirroja con curvas. Me recuerda a Hinata con el cabello largo, pero tiene ese rollo de niña rica que reconozco a una milla de distancia: cara prepotente, bolso caro y pechos de plástico.
Me dice que se llama Sarah, y la invito a una bebida. Demonios, la invito a varias bebidas. Nos escabullimos al baño y la llevo a uno de los cubículos, donde esnifamos una raya juntos y ella me la chupa. Más tarde, entro en la pista de baile, donde suena un poco de música techno que normalmente odio. Me siento jodidamente increíble. La vida es buena. Puedo enfrentarme a cualquier cosa con una bebida, una chica y algo de coca.
Una hora después, seguimos bebiendo, y ella se acerca para susurrarme al oído mientras me frota el pecho con las manos:

—Tengo el coche ahí fuera, y mi apartamento está muy cerca de aquí. ¿Quieres que nos montemos allí una fiesta?

Le sonrío.
Ni siquiera me detengo a pensarlo.

—Claro.

Se pone de puntillas para besarme, pero evito sus labios girando la cara con rapidez.
Hinata aparece en mi cabeza, con sus grandes ojos perla y la forma en que me encandila. Ella sabe cómo soy, que tengo un mecanismo de defensa ante todas las cosas.
Tengo que olvidarla.

—Vámonos —le digo a la chica.

Pago y montamos en un Lexus blanco. Conduce ella, aunque probablemente esté borracha. Las farolas parpadean mientras me recuesto contra el asiento de cuero.

—¿Eres de Dallas?

Me pregunta la chica, y me doy cuenta de que apenas hemos intercambiado más información personal que nuestros nombres.
Gruño de forma afirmativa, pero no quiero hablar con ella. Dallas solo me recuerda que mi padre está comenzando una nueva vida con una nueva familia, cuando en realidad nunca ha sido mi familia.
Aparcamos y llego hasta la puerta antes de que las cosas se pongan calientes, y no en el buen sentido. De hecho, me siento enfermo. El aire parece desaparecer y jadeo en busca de oxígeno.

—¿Qué te pasa? —me pregunta ella.

«Joder, ¿cómo se llamaba?».

Me pone una mano sobre el hombro y yo la aparto. Se me revuelve el estómago al pensar en rodar con ella por una cama que no es la mía. Claro, disfrutaré y me hará olvidar, pero más tarde me sentiré
vacío, como siempre.
¡Joder! Ya me siento vacío.
El subidón ha desaparecido y estoy cayendo en picado.

«Entra ahí y tíratela».

«Te sentirás mejor».

«Olvidarás la decepción que eres para tu padre».

«Te olvidarás de Hinata».

Me envuelve el bíceps con una mano y me lo aprieta.

—Venga, nene, no seas tímido. Déjame hacerte sentir bien.

La miro fijamente. Sus ojos son azules, pero los que realmente quiero ver son gris perla.

Me alejo de ella.

—¿A dónde vas?

Me mira con una expresión confusa.

—No lo sé, probablemente al infierno.

Murmuro, y luego salgo corriendo, bajando los escalones de la escalera de dos en dos.

Murmuro, y luego salgo corriendo, bajando los escalones de la escalera de dos en dos

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