• • • 『 C A P I T U L O 3 』 • • •

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PERMANECEMOS DE PIE EN EL UMBRAL DEL COMANDO, UN CUARTO DE reuniones de alta tecnología del Concilio de guerra, completo con paredes computarizadas parlanchinas, mapas electrónicos que muestran los movimientos de las tropas en varios distritos, y una mesa rectangular gigante con tableros de control que se supone que no debemos tocar. Pero nadie advierte nuestra presencia, porque están reunidos ante una pantalla de televisión en el extremo distante del cuarto que muestra la transmisión del Capitolio durante las veinticuatro horas del día.

Plutarch, de pronto, se voltea y nos ve, y nos hace señas rápidamente para que nos unamos a ellos. Katniss y yo nos acercamos de mala gana, tratando de imaginarnos cómo podría llegar a interesarnos eso. Es siempre lo mismo. Imágenes de la Guerra. Propaganda. Grabaciones del bombardeo al Distrito 12. Un mensaje siniestro del Presidente Snow. Así que es casi entretenido ver a Caesar Flickerman, el eterno anfitrión de los Juegos del Hambre, con su cara pintada y su traje brillante, preparado para dar una entrevista. Hasta que la cámara se hace hacia atrás y veo que su invitado es Peeta.

Un sonido escapa de la boca de Katniss. La misma combinación de boqueada y gemido que viene luego de estar sumergida en el agua, privada de oxígeno hasta llegar a un punto de dolor. Aparta a las personas hacia un lado hasta que está delante de él, con su mano descansando en la pantalla. Busco en los ojos de Peeta cualquier signo de herida, cualquier reflejo de la angustia del tormento. No hay nada. Peeta parece sano hasta un punto de vigor.

Caesar se sienta más cómodamente en la silla enfrente de Peeta y le da un vistazo largo.

— Así que... Peeta... bienvenido nuevamente.

Peeta sonríe ligeramente. — Imagino que no pensabas volver a entrevistarme, Caesar.

— Confieso que lo pensé — dice Caesar —. La noche antes del Quarter Quell... bueno, ¿quién hubiera pensado que te veríamos otra vez?

— No formaba parte de mi plan, eso te lo aseguro — dice Peeta con el ceño fruncido. Caesar se inclina hacia él un poco.

— Creo que era claro para todos nosotros cuál era tu plan. Sacrificarte en la arena para que Katniss Everdeen y su niño pudieran sobrevivir.

— Ese era. Claro y simple. — Los dedos de Peeta trazan la pauta del tapizado en el brazo de la silla —. Pero había más gente con planes.

— ¿Por qué no nos cuentas acerca de esa última noche en la arena? — Sugiere Caesar —. Ayúdanos a entender algunas cosas.

— Esa noche... para hablarte acerca de esa noche... bueno, ante todo, tienes que imaginarte cómo se sintió en la arena. Era como ser un insecto atrapado debajo de un tazón lleno de aire caliente. Y todo a tu alrededor sólo hay selva... verde y viva, y haciendo tic-tac. Ese reloj gigante contando los segundos que te quedan de vida. Cada hora promete algún nuevo horror. Tienes que imaginarte que, en los pasados dos días, dieciséis personas han muerto, algunos de ellos defendiéndote. Por la forma en que avanzan las cosas, las últimas ocho estarán muertas por la mañana. Excepto una. El vencedor. Y tú plan es que no serás tú.

>> Una vez que estás en la arena, el resto del mundo llega a ser muy lejano — continúa —. Todas las personas y las cosas que amaste o por las que tuviste interés casi dejan de existir. El cielo rosa y los monstruos en la selva y los tributos que quieren tu sangre se convierten en tu realidad, en lo única que importa. Por muy mal que te haga sentir, vas a matar a otros seres humanos, porque en la arena sólo se te permite un deseo, y es un deseo muy caro.

II. Libertad ━ Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora