• • • 『 C A P I T U L O 26 』 • • •

2.4K 179 10
                                    




POR LA MAÑANA, ME LEVANTO BAJO LOS BESOS Y CARICIAS DE Finnick, intentando que no caiga en aquel pozo de tristeza en el que él ha estado. Nos reunimos alrededor de la televisión de Tigris antes del alba para desayunar paté de hígado y galletas de higo, y vemos una de las interrupciones de Beetee. Hay novedades en la guerra; al parecer, un emprendedor mandante inspirado por la ola negra, se le ha ocurrido confiscar los automóviles abandonados y enviarlos sin conductor por las calles. Los coches no activan todos los dispositivos, aunque sí la mayor parte de ellos. A eso de las cuatro de la mañana, los rebeldes han empezado a entrar por tres caminos distintos (se refieren a ellos simplemente como las líneas A, B, C) al corazón del Capitolio. Así han logrado asegurar una cuadra tras otra con pocas víctimas.

— Esto no puede durar — dice Gale —. De hecho, me sorprende que haya servido tanto tiempo. El Capitolio se adaptará desactivando algunas trampas concretas para activarlas cuando sus objetivos estén al alcance.

Pocos minutos después de esta predicción, vemos cómo pasa en pantalla: un escuadrón envía un coche por la calle y dispara cuatro vainas. Todo parece ir bien. Tres soldados van a reconocer el terreno y llegan bien al final de la calle. Pero cuando un grupo de veinte soldados rebeldes los siguen, las macetas con rosales de una floristería acaban volándolos en pedazos. 

— Seguro que Plutarch se está tirando de los cabellos por no poder cortar la emisión — dice Peeta.

Beetee le devuelve la retransmisión al Capitolio, donde un periodista de rostro serio anuncia que los civiles deben evacuar sus casas. Entre su actualización y la historia anterior, Katniss y yo somos capaces de marcar en el mapa de papel las posiciones de los dos ejércitos. Oímos pasos en la calle, me acerco a las ventanas y me asomo por una rendija de las contraventanas. Un espectáculo extravagante está teniendo lugar bajo los primeros rayos del sol: refugiados de los edificios ocupados se dirigen al centro del Capitolio. Los más aterrados van en camisón y zapatillas, mientras que los previsores están abrigados con varias capas de ropa. Llevan de todo, desde ordenadores portátiles a joyeros, pasando por macetas. Me alejo de la ventana junto a Katniss con rapidez.

Tigris se ofrece a hacernos de espía, ya que es la única por la que no ofrecen recompensa. Después de escondernos abajo, sale al Capitolio para recoger toda la información útil. 

Abajo, en el sótano, Katniss va de un lado a otro, conduciendo a los demás a la locura, pero la entiendo. Algo me dice que no aprovechar el flujo de refugiados es un error, porque los rebeldes podrían tomar el Capitolio en semanas o días, mientras que nosotros agotamos nuestras raciones de comida haciendo nada. Aun así, no digo nada por las dudas. Ya he perdido demasiado como para seguir arriesgándome a un plan tan grande, pero, por otro lado, las posibilidades son tantas que me abruma y sé que no soy la única que lo piensa, porque Katniss me da miradas de vez en cuando e intenta quedar conmigo a solas, cosa que Finnick y Arsen no facilitan.

A última hora de la tarde empezamos a inquietarnos con la prolongada ausencia de Tigris. Hablamos de la posibilidad de que la hayan detenido, de que nos haya entregado voluntariamente o de que, simplemente, haya resultado herida con la oleada de refugiados. Sin embargo, alrededor de las seis, la oímos regresar. Un maravilloso olor a carne frita lo inunda todo: Tigris nos ha preparado una sartén de jamón troceado con patatas. Hace días que no comemos caliente y, mientras espero que me sirva, temo ponerme a babear.

Mientras mastico, trato de prestar atención a Tigris que nos dice cómo lo ha adquirido, pero lo principal que recojo es que la ropa interior de piel es un tema valioso para comerciar en este momento. Especialmente para las personas que abandonaron sus hogares desvestidos. Muchos todavía están en la calle, tratando de encontrar un refugio para la noche. Los que viven en los selectos apartamentos del centro de la ciudad no han abierto sus puertas para albergar a los desplazados, sino todo lo contrario: la mayoría de ellos han atornillado sus cerraduras, bajado sus contraventanas, y fingieron estar fuera. Ahora, el Círculo de la Ciudad está lleno de refugiados, y los Agentes de la Paz van de puerta en puerta, irrumpiendo en los hogares, si tienen que hacerlo, para asignarles invitados. 

II. Libertad ━ Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora