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En la mañana del martes, Ririka salió al balcón de su departamento y se estiró, seguidamente bostezó. Ella parpadeó, afirmándose a sí, sosteniéndose de la barandilla y mirando la vista de la ciudad.
— Dios, amo Tokyo. — Murmuró para sí misma.
—¡Buenos días, Ririka! ¡Me encanta Tokyo también!— Saotome intervino, provocando en la Momobami un facepalm en sí misma.
Se sentía estúpida por no saber que Mary iba a estar en algún lugar esperando para saludarla.
—Saotome, son las ocho de la mañana. Por favor, déjame y vuelve a la cama. — Ririka le aconsejó.
—¡Está tan soleado! ¿No te encantan los días soleados?— Preguntó ella.
—No, yo prefiero los días de lluvia.
—¿Por qué eres siempre tan sombría? ¿Es necesario que vaya y te haga cosquillas?— Sacó sus manos hacia Ririka.
—Tócame y el propietario va a encontrarte en una bolsa para cadáveres.
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