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Todo el odio que sentía Ririka por Saotome se había ido lejos y fue reemplazado por culpa y tristeza. No era común que en Tokyo lloviera en pleno verano, y cuando lo hacía, llovía a cántaros. Estuvo lloviendo una semana y desde hace una semana, la albina tenía la sensación de que la razón era que la rubia no estaba ahí.
Era como que Saotome era el sol, siempre tratando de mantener la lluvia lejos y otro obstáculo que pudiera bloquear con su felicidad.
Ririka se lamentaba por haber tratado a la menor de la forma que lo hizo. Frotó sus labios, preguntándose cómo sería besar a la rubia de nuevo, a pesar de que había jurado que no lo volvería a hacer.
Extrañaba a Saotome.
La extrañaba molestándola con el clima, suplicándole para ir a desayunar. Extrañaba su sonrisa y su risa, trayéndole pizza.
Y por primera vez, quería que Saotome la molestase.
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