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—Hola, Ririka. — Mary sonrió con alegría saludando a su vecina.
Ririka frotó sus párpados, entrecerrando los ojos por el sol. Se quejó, esa muchacha no paraba de estar feliz, ella estaba confundida. Saotome sonaba herida la noche anterior, pero ahora, estaba muchísimo más feliz. Quería preguntar acerca de sus cortes e intentar disculparse de nuevo, o por lo menos, su interior lo quería. Pero su exterior no se molestó.
—Buenos días. — La albina murmuró asomándose a su balcón con una taza llena de té en la mano, seguía sin tener café.
—¿Algún plan para hoy?— La rubia preguntó.
—No.
—¡Genial! ¿Quieres venir a desayunar conmigo? Por favor, di que sí. Nadie desayuna conmigo, siempre estoy sola.
—Sí, como sea. — Aceptó, cediendo por completo, no quería enfrentarse con la Mary persistente, además, le gustaba ver ese lado de la chica feliz.
—¿En serio?— Jadeó.
—Sí, considera éste día como tu día de suerte. — Ririka rodó los ojos.
—Oh, bien, oh... ¡Te daré tiempo para que te cambies! Puedes decirme a través de la pared cuando estés lista. ¡Luego nos vemos!— Sonrió, la ojiazul asintió contemplando a Mary que estaba sonrojada. Pensó que era tierno, así que decidió molestarla.
—¿Mary?
—¿Sí, Ririka?
—Deja de mirarme. Sé que tengo mucho swag. Pero, en serio, relájate.
Eso hizo que la cara de la rubia se vuelva más roja. Tímida, bajó la vista a sus pies.
—Está bien. — Rió nerviosamente.
Se volvió a su apartamento arrastrando los pies torpemente.
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