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En cualquier otro día, Ririka nunca hubiese aceptado ir a la casa de Saotome. Ellas cuando desayunaron hubiese sido probablemente la única vez que saldría con ella y eso fue un corto tiempo, pero ese día era diferente. La albina estaba feliz de conseguir café gratis, de eso estaba segura.
Intentó no mirar a Saotome mientras hacía café para las dos, vertiendo el agua caliente en las tazas. Mary lucía tan hermosa. ¿Esa era la palabra correcta? No estaba acostumbrada a verla tan tranquila, tan relajada, tan hermosa que lucía haciendo café.
La Momobami miró por la ventana una vez que vio a la rubia acercarse a la isla de la cocina con dos tazas en las manos, y entregó unos paquetes de azúcar y crema. Ella se sentó en frente.
—Por cierto, puedes tener ese café. Tengo como mil bolsas y siquiera tomo mucho. — Ofreció tomando el primer sorbo.
—Gracias. — Respondió agitando los sobres. Mary jadeó bajando su taza. —¿Qué sucede?
—Olvidé ponerme unos pantalones, suelo dormir así en verano. Espera un momento, volveré en seguida. — Ririka la frenó en mitad del camino hacia su habitación.
—No tienes que hacerlo, quiero decir...
—¿Qué?— La rubia cuestionó dando la vuelta. La peliblanca giró hacia un lado de la silla, tratando de lucir lo más normal posible. No podía recordar cuándo fue la última vez que se sintió tan rara alrededor de alguien.
—Quiero decir, verás, no si no quieres. No tienes por qué ponerte unos pantalones, quiero decir, es tu apartamento, no es que quiera verte sin pantalones, sólo- si estás cómoda con unos pantalones, entonces, ¿Sabes? Voy a estar cómoda de cualquier manera, quiero decir, las dos somos mujeres, ¿Verdad?— Dejó salir una risa nerviosa mientras se aclaraba la garganta de nuevo y bebía café.
Mary contempló a Ririka por lo que parecía mucho tiempo, pero finalmente sonrió.
—Eres tan graciosa, Ririka.
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