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Era la tarde del domingo y Ririka estaba afuera en su balcón, leyendo el periódico. La rubia no estaba ahí todavía, así que pensó que era libre. Sorbió de su café, volteando otra página del periódico, leyendo sobre los eventos y tragedias que ocurrieron recientemente y no tan reciente en Tokyo.
–¡Ririka! ¡Yo tenía razón! ¡Está soleado afuera!– Mary gritó detrás de ella.
La peliblanca gimió, poniendo su periódico abajo y poniéndose de pie.
–Saotome, ¿Qué es lo que dice mi taza, otra vez?
–¿Por qué eres tan gruñona todo el tiempo? ¡Estoy tratando de animarte!– La rubia resopló, cruzando los brazos sobre el pecho y haciendo pucheros.
–Tal vez porque no dejas de ser tan jodidamente molesta y me estás alertando sobre el tiempo. Saotome, no me importa dos mierdas sobre cómo va a estar el clima y quizá si dejaras de pedir que me despertase en la mitad de la noche para preguntarme sobre el clima. ¡Eres molesta, por el amor de dios!
Mary desplegó sus brazos y su puchero se convirtió en una pequeña mueca. Su cuerpo quedó inerte y dejó caer la cabeza. Ririka inhaló, mirando a la chica de arriba abajo.
Tal vez fue un poco -demasiado- dura.
–Sao-
–Podemos preguntar acerca de otras cosas, ¿Sabes? ¿Te gustaría eso? Podemos hablar de comida, de Tokyo, la moda y la música. ¡Podemos hablar de los días de lluvia! Eso es mejor, ¿Ririka? ¿Eso haría que no estés más de mal humor?– Preguntó estando aún más feliz que antes.
–Oh dios.
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