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Ririka iba por las calles de Tokyo, siendo empujada por Kirari.
Aquel día en el que la mayor había atentado contra su vida, se había caído después de beberse tantas pastillas, se había logrado hacer daño en sus dos piernas y debía ir con una silla de ruedas temporalmente hasta que se recuperase. Sólo eran dos semanas y su hermana ya no podía estar más harta.
Pasaron por una gran cafetería que tenía un gran ventanal, dejando ver el interior, la mayor tensándose al ver a cierta chica.
Porque ahí estaba la nueva rubia, sentada en una mesa, solitaria, mientras bebía por una taza blanca.
—Está muy hermosa. — Dijo Ririka, llamando la atención de su hermana. —Cada vez que la veo, me parece más hermosa.
—¿Por qué no entras y le saludas?— Propuso secando una lágrima que caía por las mejillas abultadas de la mayor. —Habla con ella, se necesitan.
—Sólo, quiero esperar un poco más. — Habló distraída, cuando subió la mirada de nuevo a Saotome, abrió los ojos sorprendida al ver cómo ésta la miraba también.
La rubia sonrió e hizo una seña para que esperase ahí, quería hablar con ella y alegrarle los días, de nuevo.
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