Luciérnagas

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Dos, cuatro, seis, ocho, ¡Hasta cién de ellas! Todas iluminando tan perfectamente ésta noche tan fría y escalofriante. ¿Dónde estaba?

En un pequeño riachuelo a las afueras de Konoha, mi lugar secreto. Nadie más lo conocía, y me sentía un tremendo hombre afortunado. Contemplaba libremente cómo el agua corría contra la corriente, qué era más que obvio que debía estar helada, pues en realidad hacía un vientasco enorme. Las palmas y los árboles se movían en sintonía de la ventisca, dándole un toque de aventura a todo el asunto. Los animalillos estaban más que seguros, resguardados dentro de los fuertes troncos, pero eso no impedía que las luciérnagas estuviesen ahí, velando su seguridad.

Se sentía más seguro, tranquilo y muy en paz. Tal vez en éstos momentos no habría un ramen instantáneo, para consumir en tan satisfactorio momento. Pero bien eso sobraba, el ambiente, la calidez, el aroma a plantas y el crujir de las ramas chocando con otras, era sin dudar hermoso.

Para un hombre sediento de tranquilidad, ese era el mejor lugar. Extender una manta, colocar la mochila en la parte superior, prender fuego, colocar un tronco bajo sus pies. ¡Perfecto! Más que perfecto, aunque bien había algo que faltaba. Algo tan extraño que no sabía descifrar, cómo si en su corazón faltara algo, pequeño, pero de igual forma importante.

Tal vez lo qué necesitaba era descansar, hechar una buena siesta que terminara por eliminar tan desastroso sentimiento.

Soledad.

Bien, siempre había cargado con ese sentimiento. Pero, ¿Por qué importaba ahora?

¿A caso no se sentía de igual forma feliz en dónde estaba?

Los ojos se hacían pesados y mantenerlos abiertos era completamente difícil, sólo sería una pestañita.

Piel blanca, cómo la leche, labios delgados pero firmes y suaves, brillaban tentadoramente. Con un aroma a frambuesas, él amaba las frambuesas. ¿Lavanda? ¿Por qué olía a lavanda? ¿Por qué se sentía tan cálido?

Pupilas blancas, cómo las perlas o una luna llena. Él amaba perderse en el imenso y sofisticado brillo lunar. Tranquilidad, sin duda. ¿Pero por qué la noche se hizó una melena larga y oscura? ¿Y por qué derrepente veía una piel tan mágica? ¿Quién era esa diosa de curvas intensas y cabello tan largo cómo una cascada?

Hacía frío, pero hacer hasta el más mínimo movimiento le haría perderse de la bonita criatura delante de él. ¿Se estaba girando?

Era Hinata.

¿Por qué Hinata estaba en sus sueños? ¿Y por qué usaba un vestido blanco hasta los tobillos?

Volaba, intensamente entre sus largas piernas. Hermosa.

Tenía la vista perdida, cómo si no estuviese en ese mismo instante. Cómo si estuviese perdida en sus pensamientos, con los brazos hechos un olivo entre su pecho. ¿Quién era él para despertarla de su sueño?

¿Tal vez un simple mirón?

¿Pero quién no se hipnotizaría por ver semejante belleza?

No era una víctima, pero tampoco un diablo. Solo un simple mortal.

Ella abrió los ojos, resplandecían. Tan perfectamente, que quiso acercarse.

—Naruto. —Ella le dijo, y las luciérnagas volaron detrás suyo.

El panorama era diferente. Pero entre más se acercaba todo carecía de importancia. Solo estaban ellos dos y nada más importaba.

—Hinata.

Un paso, dos.. Su cabello era tan suave bajó su tacto, su rostro estaba tan cerca, tanto que podía sentir ya su aliento.

Hasta qué;

Un golpe sordo se escucha de fondo, y sintió mareos. Cómo si todo girará dentro de su cuerpo y la asfixia se hizó más grande.

Todo había sido un sueño, un producto de un abrir y cerrar de ojos.

¡Un maldito sueño! ¡TODO!

Y se sentía cómo el más grandísimo imbécil.

Todo por las luciérnagas de la noche y su espectacular belleza.

Tal vez se lamentará otro rato más, ¿Qué más importaba ?







Fin..

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