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Querer era un sentimiento demasiado poderoso, que aunque no se comparase con el sentimiento de amar, igual mantenía su peso.

Querer a alguien era el principio del fin, el comienzo de una historia que podría terminar en gozo o penumbras, comúnmente terminaba en penumbra, como la mayoría de las historias de amor pasadas, presentes y futuras.

Cualquier sentimiento que mantuviera un peso amoroso daba miedo, porque ahí abrías tu corazón, mente y alma. Le entregabas parte de ti a una persona que se encargaría de hacerte crecer o destruirte. Que tendría la llave para llevarte a un sinfín de emociones y colores delirantes, o a un abismo sin alas para volar.

Yoongi veía el amar como algo poderoso, extasiante y voraz, pero a su vez, como lo más peligroso que podía tener en su vida. Lo sabía, el había experimentado con todo el significado de la palabra el amar, sentir y quemarse, gozar del placer que llevaba el amar a alguien, y ser amado.

Y aunque todos tuviesen miedo, se atrevían a amar, se adentraban en ese pasadizo extraño, caminando sin rumbo hasta el final. Porque había un final, y eso era lo que aterraba a las personas. Que el final los abrazara hasta asfixiarlos, porque todo final era melancólico, otros malos, otros buenos y liberadores.

Sin embargo, los finales más amargos y para los que nadie estaba preparado, era para esos finales que no esperas, esos finales que se imponen ante ti sin tu estar preparado. Esos que te arrebatan el amor sin que ninguno quiera, cuando se está en lo más alto de la montaña rusa, en el limbo del amor. Cuando ninguno quiere.

Ninguno quería, Yoongi no quería.

Y aunque nunca lo quiso y mucho menos lo esperó, pasó. El abismo lo ahogó, lo llevó a lo más profundo de la oscuridad y le arrebató la poca cordura que tenía. Lo quebró pedazo por pedazo.

La penumbra era gigantesca, la obscuridad lo abrazaba sin ánimos de abandonarlo, se aferraba como la vida a la muerte.

Pero de la nada, sin esperarlo, una pequeña luz asomaba al fondo de la penumbra, brillando ligeramente. Amarilla. Era pequeña, pero ahí estaba, y Yoongi no podía simplemente ignorarla.

Amarillo, sí, eso era Jimin. Y aunque no entendía como el amarillo se estaba haciendo mas poderoso que el negro, ahí estaba, intentando entrar a la penumbra y acabar con cualquier color obscuro y melancólico.

Pero la verdad era que él no estaba preparado para salir de ahí y afrontar la realidad de que, en efecto, debía avanzar. Seguir adelante con paso firme y olvidar el pasado, pero ¿cómo olvidabas algo tan severo?

¿Cómo olvidabas aquellas risas que solo podían ser escuchadas en tu mente?

¿Cómo olvidabas el hecho de que nunca más sería escucha por tu culpa?

¿Cómo superabas una muerte?

Podías vivir con el hecho de, pero jamás superarlo. No se podía y Yoongi lo entendía perfectamente, el sabía que jamás superaría eso, pero entonces ¿por qué los demás lo obligaban a superarlo?

Y peor aún ¿por qué lo obligaban a seguir adelante?

Siempre fue así, desde el principio del fin hacía cinco años, y nunca había entendido el afán de superar y seguir adelante.

Hasta ahora, teniendo a Park Jimin frente a él, tocando torpemente una canción que según él describía su "miserable vida"

Y es que ahí estaba, recostado pacíficamente de la cama de madera y tersas sabanas tras él, con el ceño fruncido y los belfos colocados de una manera que reflejaban un ligero puchero en señal de frustración, sus dedos agarrando fuertemente la uña rasgante en las cuerdas de la guitarra negra perfectamente afinada.

GUITAR ; YOONMIN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora