Capítulo 5

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El verano pasó y, sin que se diera cuenta, ya era invierno. Navidad. Su cumpleaños. A Ace le era indiferente y Garp dijo que no podría ir hasta dentro de un par de meses, pero no le importó. Esas celebraciones no eran de su agrado, pero al menos significaba una vez al año donde Dadan le daba más comida y un postre especial, ¿quién dice que no se puede comer helado en invierno? Lo disfrutó muchísimo.

Sabo se había ido, con su familia suponía, a pasar ese fin de año, pero apareció en su casa unos días después del 1 de enero. Ace abrió la puerta y allí estaba diciéndole "Feliz cumpleaños" y una sonrisa le arrancó. Incluso le dio un regalo: un gorro rojo que podía usar ahora en el invierno para abrigarse, le vendría muy bien. No hacía falta ningún detalle, pero se sintió lindo y cálido que se lo diera.

Lo invitó a pasar y se puso a preparar algo de té para calentarse. A Sabo siempre le gustó visitar a Ace, se sentía muy bienvenido allí y era acogedor. Observó a su amigo calentando el agua mientras buscaba el té en la alacena, Ace se estiró para poder alcanzar la caja y Sabo lo miró detenidamente. En algunos momentos, cuando lo observaba, recordaba lo que pasó en el río esa noche. Nunca volvieron a hablar del tema y su relación no cambió para nada, pero tuvo que procesar mucha información.

No se había molestado, pero un poco le costó entenderlo. Quizá porque a él no le había pasado, siempre se sintió un chico desde que recordaba, así que le costaba imaginarse en el lugar de Ace. Sin embargo, sí podía comprender lo difícil que fue abrirse como lo hizo y no quería defraudarlo, sólo comprender un poco más.

De nuevo, Sabo se encontró mirando a Ace. Tenía un suéter de lana negro que le quedaba amplio y con las mangas largas, el cuello era amplio así que podía ver parte de su cuello. Las formas de su cuerpo no se notaban así vestido y un poco de curiosidad le dio. Esa noche en el río estaba todo muy oscuro y sus recuerdos demasiado borrosos, así que prácticamente no recordaba nada. ¿El cuerpo de Ace se parecería tanto al de una chica? Le costaba formar la imagen en su cabeza. Aunque, a raíz de esto que ocurrió, a su mente llegó un recuerdo que siempre se ocupó por reprimir: Ace era lindo, mucho, pero admitirlo le daba miedo. Ahora, cada vez que se quedaba mirándolo fijamente pensaba que era muy lindo.

—Hay té verde, negro y algo que no sé qué es... —mencionó Ace con la caja de té en la mano, pero era mejor no investigar. Sabo no le contestó, así que se volteó—. ¿Cuál quieres?

—¿Eh? —parpadeó cuando Ace le habló y salió de su trance—. ¿Qué dijiste? Me quedé pensando.

—Lo noté —suspiró regresando con el té y decidiendo qué tomarían sin volver a preguntar—. ¿En qué piensas?

Por más que todo estuviera bien, Ace sentía que había algo allí de lo que ninguno de los dos se animaba hablar, pero si no pensaba en esa sensación de incomodidad podía seguir como si nada hubiera sucedido.

—Nada —respondió—. ¿Y Dadan?

Ace alzó los hombros demostrando que no sabía. No la había visto en todo el día.

—En sus cosas —dijo mientras llevaba el té a la mesa.

Ambos se sentaron y Ace abrazó la taza para calentarse las manos. El frío no le afectaba mucho, pero ese día estaba muy húmedo y dentro de esa casa el invierno parecía penetrar con la intención de congelar la habitación. Sabo lo observó de nuevo. El cuello estirado del suéter que traía Ace le dejó observar que tenía más pecas en su piel, incluso le llegaban a la clavícula.

Bebió un poco de ese té mientras Ace se levantaba recordando que había unas galletas. Dadan siempre las compraba, no estaban muy buenas, pero servían para llenar el estómago.

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