Capítulo 37

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Luego de oír el sonido de la alarma, Ace miró el termómetro y comprobó que decía más de 38°. Su hijo tenía fiebre, pero eso era normal en la varicela. No tenía idea cómo pasó el contagio. Primero fue Law quien contrajo la enfermedad y al poco tiempo Luffy. El niño se metía en la cama de su primo continuamente, era casi imposible que no se contagiaran. Aun así, el médico aseguró que en unos días estarían mejor. El problema radicaba en impedir que Luffy se rascara.

Law intentaba aguantar, pero el más pequeño era un salvaje. Ace le dijo que le quedarían muchas marcas si se rascaba, pero Luffy lo ignoró. Así que decidió atarle guantes de cocina a las manos para evitar que se arranque ese sarpullido infernal. Ambos tenían el cuerpo minado de ronchas enormes, fiebre y cansancio.

No fueron a la escuela y tuvieron que avisar el motivo de por qué faltarían. La maestra de Law dijo que enviaría tarea mientras que Luffy sólo se deprimió por no poder ver a sus amigos. Ya se imaginaba la epidemia de varicela que podría llegar a desatar, aunque era una enfermedad bastante común y todos los niños la tenían. Ace tenía más o menos la edad de Luffy cuando le ocurrió, pero se acordaba muy poco.

Intentaron mimarlos para que olvidaran el malestar, al menos por un rato. Los niños se instalaron en la cama de Law juntos y llevaron un televisor allí para que pudieran ver dibujos animados o películas mientras se recuperaban. Corazón hizo onigiris para ambos. Luffy no perdió el apetito a pesar de la enfermedad. Cuando se lo comentó a Ivan, oyó cómo se reía a través del teléfono y le aseguró que ningún enfermo que come muere, así que los niños sobrevivirían.

Ace dejó a los niños con un dibujo animado de perros que a Luffy le encantaba y se fue a prepararles sopa. Ya era la hora de la comida y quería darles algo para que tuvieran la panza llena antes de tomar la medicina. No era una fiebre demasiado alta, pero le preocupaba que subiera más. Law ya estaba mejorando, pero Luffy seguía muy quisquilloso y lloraba todo el tiempo porque sus ronchas le picaban. Le colocó algunas cremas para relajar el ardor y la molestia, pero eso sólo hacía efecto por un rato. Esperaba que esto se terminara pronto.

El timbre de la casa sonó y Ace se imaginó al instante quién podría ser. Cuando abrió la puerta, sonrió al ver a Sabo al otro lado.

—Traje las cosas que me pediste —mencionó con una bolsa de la farmacia en la mano. Le pidió que comprara más ungüento para la comezón porque ya se le estaba terminando.

—Gracias —respondió—. El enfermo está viendo la televisión y yo le calentaba algo de sopa, ¿quieres un poco?

—No, estoy bien —dijo entrángole su compra a Ace—. Ehm... ¿Necesitas ayuda?

—No, puedo solo, ¿quieres ir al cuarto? Seguro le alegrará verte.

Sabo le sonrió y se dirigió a la habitación de donde venía el ruido de la televisión. Ese momento fue bastante cotidiano. Nunca se imaginó que podría llegar a tener algo así con Sabo cuando lo reencontró, pero le alegraba saber que podían llevarse bien. Además, se preocupaba por Luffy y habían formado una relación cercana. Oyó los gritos de su hijo cuando Sabo entró a la habitación y sonrió. Podría acostumbrarse a vivir así.

Los viejos no estaban y Rosi se encontraba en su trabajo. Así que sólo serían ellos y los niños durante un rato. No le molestaba, ya había superado la ansiedad que le provocaba compartir espacio con Sabo, aunque a veces un poco nervioso se ponía cuando se miraban fijamente pero eso se debía a otras cosas. Ace aún tenía muchos temas sin resolver, pero primero debía ocuparse de su hijo enfermo.

Colocó dos cuencos con sopa en una bandeja y se dirigió al cuarto. Sabo charlaba con los niños y les cambiaba los paños de agua fría, cosa que Ace estaba haciendo antes de irse a la cocina.

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