Capítulo 6.

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Esta ha sido sin duda, la noche más rara de toda mi vida. Al final, pude mal dormir unas cuantas horas más, pero solo gracias a que Pepper lleva muy mal eso de que la despierten a media noche, así que nos encerró a cada uno en nuestra habitación correspondiente, bajo llave. Así, sin excusas, sin preguntas ni aclaraciones.

Sí, lo que habéis oído. Las habitaciones de mi casa tienen cerradura. No me preguntéis por qué. Cosas de viejo paranoico. O sea, de mi padre.

No necesito mirar un reloj para adivinar, que debo de haberme levantado más tarde que el resto. Eso no es nada nuevo, ni tiene nada que ver con que anoche sentí por un momento, que mi vida llegaba a su fin.

Siempre me costó dormir por las noches y madrugar por las mañanas. Buena noticia cuando tienes 18, mala cuando eres un adulto con un puesto de trabajo que mantener.

Me doy una ducha rápida, me perfilo la barba y me digo a mi mismo que me veo bastante sexy, para estar en la decadencia de mi juventud y el que diga que no, que le caiga un rayo. Bajo las escaleras y mi olfato me lleva directamente a la cocina. La verdad, me siento un poco incómodo con la idea de cruzarme otra vez con mi invitado, y más desde que anoche pasó de ser un adonis inalcanzable, a tratar de matarme mientras dormía.

Sí, bueno. Me estoy poniendo un poco dramático. No intentó matarme, aún no sé lo que pretendía, pero yo de verdad si sentí que lo iba a hacer y por eso, aún no se me termina de ir el miedo del cuerpo.

Me quedo observando por un momento hacia las dos figuras altas y rubias que ajenas a mi presencia, se pasean de un lado a otro preparando café y tostadas. Parecen un viejo matrimonio nórdico. Y digo parecen, porque una es de la parte baja de Nueva York, de toda la vida, y el otro, seguramente se escapó del sanatorio de la esquina.

Un momento; ¿ese tipo sabe cocinar? Pero si ayer ni siquiera sabía ponerse en pie o decir su propio nombre.

Debería protestar, pedir explicaciones, pero Pepper parece tranquila en su compañía, así que como la considero bastante más sensata que yo, decido que no voy a entrar en detalles. Aún no consigo despertarme del todo y en contra de lo que pensé, el agua fría de la ducha no ha hecho demasiado por mi resaca.

Entro a la cocina a hurtadillas como los gatos, ya que por norma general, no puedo hablar con nadie hasta que no me tome mi café, así que trato de pasar desapercibido.

—Buenos días, Tony.

Sí, ya lo escuché. Por lo visto soy un poco más grande que un gato, pero nada perdía por probar.

Contesto a Pepper con un gruñido y para mi desgracia, veo como mi psicópata particular se percata de mi presencia. Me preparo para una situación incómoda. Una disculpa, una mirada de vergüenza, algo por su comportamiento de anoche; pero nada de eso sucede. Al contrario, su sonrisa se ensancha como tantas veces lo hizo la noche anterior y sus ojos, para que os hagáis una idea, se iluminan como si Marco hubiera encontrado a su mamá.

Adonis, digo Steve. Se abalanza sobre mí como si fuera un gran Golden retriever, me abraza casi levantándome del suelo y vuelve a dejar un casto beso sobre mi frente.

—¡Buenos días, Tony!

Lo admito, nunca nadie en toda mi vida, se había alegrado tanto de verme.

¿Y ahora que le digo? Miro a mi amiga buscando una respuesta, pero ella se muerde el labio escondiendo una sonrisa, para no decir lo que piensa delante de él.

—Steve me está ayudando a hacer el desayuno. Estaba desesperado porque no le dejaba ir a tu cuarto, así que le dije que la única manera de hacerte salir de ahí, era haciendo café y mira. Aprendió a hacerlo en cinco minutos. ¿Te lo puedes creer?

CAÍDO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora