Capítulo 29.

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Me ha llevado un rato hacerme a la idea de lo que está pasando, pero no os creáis que me voy a dar por vencido así como así. No he visto una luz al final de un túnel. O sea, luz sí, pero nada de túneles, ni tampoco mi vida en fragmentos, así que me niego a creer que esto se haya acabado y lo sé, porque además sería de locos que Steve haya bajado por mí y ahora yo vaya a subir sin que apenas hayamos vivido unos cuantos días juntos. 

—¿Por qué no hay nadie más por aquí? Pensé que esto estaba lleno de gente.

—Y lo está, pero ya te dije que verías cuando necesitaras ver.

No entiendo a qué tanto misticismo, de verdad; ni tampoco por qué hemos de vagar tanto para ver a ese señor, a Dios. No es que me sienta cansado ni nada, pero en las películas siempre, siempre, Nueva York es el centro del mundo, así que esperaba que por lo menos, si uno ha de subir desde ahí, se encontrara en las mismísimas puertas del jefe.

A ver si resulta que no vamos a ser el centro del universo y me llego a enterar ahora. ¿De dónde era Jesús? Otra cosa que olvidé preguntar a Pepper. Espero que no me hagan un examen de ingreso, porque sería el primero que suspendiera en toda mi vida. «Gracias papá por apuntarme a valores éticos en lugar de a religión.» Igual, ni siquiera quiero entrar, solo hablaré con el viejo para que me envíe de vuelta.

Al cabo de un largo rato que no puedo definir porque no alcanzo a ver mi reloj de muñeca, comienzo a entender lo que la virgencita de las cuevas, alias Bucky, quiso decir, pues empiezo a distinguir frente a nosotros, unas puertas más grandes y viejas que las de la mansión Stark. Estas puertas comienzan a materializarse delante de nosotros y se abren sin que siquiera las hayamos tocado. Cosa que agradezco porque sigo sin encontrar mis manos y no os voy a engañar, eso aún me tiene nervioso.

—Mi señor. Ya regresé. —anuncia Bucky en tono solemne, quizás haya hecho una reverencia, pero eso nunca lo sabremos. De todos modos yo me cuadro por si acaso, y miro hacia todos lados en busca del que debe ser Dios.

—¿¡Acaso crees que no lo veo!? —Brama una voz ronca.

Trato de enfocar y sin darme cuenta, poco a poco se va formando una extraña forma ante mí. ¿Ese es? ¿En serio? Pestañeo un par de veces incrédulo ante lo que tengo delante. Para que os hagáis una idea, incluso Gregory tiene mejor pinta por las mañanas. Os lo juro, aunque se haya dormido borracho después de una noche de fiesta desenfrenada, con la ropa echa un desastre y la baba colgando.

Cuando consigo ver con claridad la forma frente a mí, intento no parecer sorprendido. Se supone que ese es el tipo todo poderoso, el gran jefe que decide quién se queda aquí y quien no y yo, tengo que convencerle de que mi lugar está abajo, con Steve, con Greg y con todos mis amigos. Incluso con la pelirroja pechugona que arrastra las erres.

—Encantado señor Don Dios, mi nombre es Anthony St.

—¡Sé perfectamente quien eres, pequeño mortal! —contesta de un modo poco cortés, además, ni siquiera se ha dignado a levantarse de la silla donde se encuentra despanzurrado de un modo grotesco—. ¡¿Acaso no ves quién soy?! ¡Yo soy Dios! ¡Padre de todos, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible! ¡Rey de reyes!

—O sea, que ya me conoces.

Bucky carraspea a mi lado de un modo en que juraría que puso los ojos en blanco.

—Sí. ¿Quieres? —Dice ofreciéndome de un bol que parece contener guacamole o algo parecido, pero no hay nachos. ¿Se lo está comiendo con los dedos?

—No gracias.

—¿¡Osas rechazar lo que te ofrezco!?

Su tono sube de nuevo y como cada vez que lo hace, me estremezco. Creo que este tipo tiene algún problema de bipolaridad y narcisismo excesivo. Pero no puede ser tan malo, o sea, es Dios. Se supone que tiene que ser un buen tipo y me ofreció guacamole.

CAÍDO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora