Capítulo 24.

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   Cualquiera pensaría que después de tan amable invitación, pasaríamos al jardín donde nos sorprenderían con unos buenos aperitivos, pero nada más alejado de la realidad. Una vez entramos, varios guardias armados nos escoltan casi rodeándonos por completo, mientras el tal Richards o como quiera que se llame el viejo que nos abrió, se muestra encantado de haber encontrado a un clon de por lo visto, el mejor capitán que tuvo al mando de su guardia.

¿Pero quién carajos es este tipo para tener una guardia personal? A ver, que soy un Stark y en casa nunca tuvimos de eso. En resumidas cuentas, que no me fío de él. De hecho, no me fio de nadie en este lugar al margen de quienes llegaron conmigo.

Steve no suelta mi mano, nuestros dedos entrelazados me hacen sentir seguro y al mismo tiempo, no me permiten moverme con toda la libertad que quisiera, pues cada vez que lo intento, él tira suavemente de mí para que permanezca a su lado.

Una vez accedemos al interior de la mansión, varios de los guardias se quedan fuera y solo dos de ellos continúan vigilando cualquiera de nuestros movimientos. Apuesto a que no lo harían si supieran que una vez paré balas solo con mi mente. Bueno, a decir verdad, con mi mente y el poder extra que me concedió el miedo que traía encima.

El lugar parece la típica mansión sobria que se quedó anclada en el siglo pasado, sino más atrás. Este hombre necesita a un diseñador urgentemente, porque es obvio que el dinero le sobra. Nos hace pasar a un gran comedor y se retira un momento para pedir que nos atiendan, eso sí, los guardias siguen apostados en la puerta, no sea que se nos ocurra robar un mechero o cualquier otra cosa horrenda de las que abundan en el lugar.

Steve me suelta y se queda mirando el cuadro que preside la sala. Es un cuadro de familia, por lo visto el señor está casado y tiene dos hijos, un niño y una niña. La imagen parece tomada hace bastante tiempo, aunque el señor ya luce esas canas tan significativas en sus sienes.

Aprovecho para darme una vuelta por el lugar, el salón en muy amplio, en la zona que estamos, tiene unos sofás de cuero rojo con una mesita al centro y más allá, un gran espacio presidido por una mesa de madera maciza, en la que de seguro, cabrían todos los invitados de una boda.

En los sofás, Rhodey se encuentra cuchicheando con Pepper. Me gustaría pensar que del tema que tienen sin resolver, pero no soy tan tonto como para ilusionarme con que sea de eso. Más allá, de pie mi hermano y la tal Natasha tienen una guerra de miradas en la que se detecta bastante tensión.

—¿Daría tiempo de tener sexo sobre esa mesa? —pregunto a la parejita para relajarlos un poco—. Cabríamos todos.

Ambos me miran con cara de pocos amigos. No sé quién de los dos me da más miedo, pero los veo y no puedo dejar de imaginarme una escena de sexo mortalmente agresivo sobre esa mesa, en la que mejor no quisiera intervenir. Lo sé, es enfermizo pensar así de mi hermano, pero es lo que desprenden.

Decido volver con Steve. Me acerco por su espalda y froto su brazo al mismo tiempo que me cuelgo de él.

—¿Todo bien, grandote? No tienes de qué preocuparte, él no sabe quién eres en realidad —susurro en su oído, por miedo a que los guardias nos estén prestando atención.

—Estoy bien. ¿Y tú? Has estado muy nervioso todo el camino.

—¿Yo? Ni hablar. Imaginas cosas.

—Como quieras, pero recién dejaste de moverte tanto y de decir cualquier cosa que se te pasaba por la cabeza. —pensaba ofenderme, pero supongo que tiene razón.

—¿Los conoces? —pregunto mirando al cuadro de nuevo.

—Creo que sí, pero no es eso en lo que me estoy fijando. Mira lo que todos llevan al cuello.

CAÍDO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora