Capítulo 19.

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La rabia se apodera aún más de mí, cuando soy consciente de que no puedo volver a casa. No traje mi coche, ni llevo ningún tipo de dinero encima. Mi cartera con todo, se quedó esta mañana en el trabajo, junto con la promesa de una vida tranquila y feliz.

"Mi trabajo, mi vida." Me pregunto cuánto de eso seguirá siendo mío. Seguramente nada. Nunca lo fue.

Me siento como si me hubieran robado mi identidad, y aún así, en un acto de desesperación, corro como un niño pequeño hasta el que fue mi cuarto en esta casa. No tengo otro lugar donde ir, donde esconderme.

¿Será eso lo que sintió Steve el día en que le conocí? ¿Qué le habían robado su vida? No, el tiene una identidad, sabe que es un ángel, por muy patética que sea esa verdad, pero yo...ahora mismo no soy nada. Ni siquiera una patética y a la vez fantástica vida creada en mi cabeza.

Acabo de darme cuenta, de que me he escondido en el peor lugar del mundo, pues nada más entrar y echarme de golpe en la que fue mi cama, los recuerdos se agolpan en mi mente de un modo doloroso. Recuerdos de tiempos en los que tenía una familia, o al menos creía tenerla y era feliz en mi ignorancia, al igual que lo es Steve en su fantasía. Me repito una y otra vez, que ojalá yo fuera capaz de crearme una vida imaginaria como la suya, y creerla a pies juntillas. Ojalá pudiera olvidar todo como él, y así dejar de sentirme tan estafado, humillado e insignificante.

La puerta es golpeada suavemente, y por un mísero instante, deseo con todas mis fuerzas que aparezca el imbécil de Gregory riéndose a carcajada limpia de mí. Burlándose e incluso sacando una foto para el recuerdo de mi momento más patético; recuerdo que guardará en su memoria como el día en que me gastó la peor broma de mi vida, pero algo me dice que no tendré tanta suerte. No contesto, pero aún así la puerta se abre despacio, dejando pasar a Steve, a mi ángel.

Por más que quiero gritarle mi enfado a la cara, odiarle junto al resto del mundo, incluso envidiarle, no puedo. Le necesito tanto, y al mismo tiempo ya no sé en quien confiar. Mi adonis se queda plantado cerrando la puerta tras de sí y mirándome con ojos lastimeros. Supongo que es lo que produzco ahora mismo. Lástima.

Le observo ahí de pié y me pregunto si él me mentiría, si sería capaz. Siempre he creído que no. Al menos, que me diría lo que él supone que es verdad. Su verdad, y eso es más de lo que parezco haber recibido nunca.

Pienso ahora, en que muchas veces no fui buena persona, cometí errores, así que tal vez, no merezca más. Limpio las lágrimas que se me han escapado. No son muchas, al menos no las suficientes para aliviar toda la rabia que tengo dentro.

— ¿Puedo sentarme? — Pregunta cuando ya está tomando asiento. El colchón se hunde bajo su peso y mi cuerpo se inclina levemente hacia el suyo.

— No necesitas mi permiso. No soy nadie.

— Bienvenido al club. — Sonríe y aunque usa la misma hermosa sonrisa que alumbra mis días, en esta ocasión, no me hace sentir mejor —. Sé que es así como te sientes, pero en realidad, tú si eres alguien. Tienes una identidad.

— Es falsa. — replico.

— Eso suena fascinante. — Su sonrisa es pícara ahora. No conocía ese gesto en él. Me gusta. Todo en él me gusta. Incluso ahora, pero aunque quiero no consigo devolverle la sonrisa.

— No finjas que esto me hace más atractivo, porque no es verdad. — No quiero hacerle partícipe de mis lágrimas, de la gran falta de autoestima que siento ahora mismo, pero tendría que estar a kilómetros de mí para que esto no le salpique y lo sé —. ¿Cómo podría gustarte ahora? Mírame Steve, no soy nadie, como mucho soy un bicho raro, y a nadie le gustan los bichos raros.

CAÍDO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora