Capítulo 8.

345 54 56
                                    

Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero cuando le vi en la puerta de casa hecho un ovillo, empapado y tiritando, me vine abajo.

Sí, ya sé lo que estáis pensando, que soy un mierda. Un trabajador social de pacotilla, que antepone sus necesidades a las de alguien que necesita ayuda de verdad.

Pero al fin desperté, y es que el proceso de madurar se me está haciendo un poco cuesta arriba. Había pasado tanto miedo imaginando que por mi culpa, algo malo le podría pasar, que sin pensarlo dos veces, corrí hasta él, me agaché hasta donde estaba acurrucado, y me aferré a su cuello llenándole el rostro de besos. Tratando de secar lo que no sabía se era lluvia, o sus propias lágrimas.

Tan solo pensar que pudieran serlo, me hizo sentir como si fuera el peor de los gusanos; pues aquel tipo alto, fuerte, que podría fácilmente ganar cualquier concurso al hombre más sexy del mundo, estaba sufriendo, y aunque no sabía nada de su vida, probablemente era por mi culpa.

De repente, todo lo que había pasado hasta llegar a ese momento se me olvidó. Su agresión a Víctor, nuestra discusión, mis expectativas frustradas y sus argumentos irracionales.

En cuanto Steve sintió mi contacto y me miró, pude ver en su rostro como se hacía consciente de mi presencia. Desde un principio, sus expresiones han sido como un libro abierto para mí.
Sí, Steve aparenta ser un hombre sin dobleces y sin segundas intenciones, extraño como una pieza de museo.

Tal vez otro me habría gritado o reclamado por como quise deshacerme de él, pero no lo hizo. En lugar de reprocharme nada, me abrazó tan fuerte que parecía como si nunca me fuera a soltar.

Entonces me derrumbé, y yo también lloré como un niño.

No hablamos. Él parecía muy asustado y yo, después de tanto buscarle y habiéndolo ya casi dado por perdido, había llegado a mi punto de quiebre.

Pero eso fue hace un rato, porque ahora vuelvo a estar totalmente metido en mi papel de adulto responsable. Os voy a admitir algo y es que, aunque siempre quise ayudar a los demás, y en más de una ocasión, fanfarroneé sobre mis habilidades para ello; la verdad es que a todas y cada una de las personas a las que puedo decir que tendí una mano, siempre fue desde detrás de una mesa, así que realmente, nunca he cuidado de nadie, y eso me da miedo.

Es gracioso, porque cuando discutimos, Steve dijo que había venido para cuidar de mí, y ya llegados a este punto, estoy seguro de que es más que probable que lo crea de verdad, cuando la realidad es, que seré yo quien se haga cargo de él.

Le he llevado a la bañera de nuevo, como la vez anterior, pero esta vez sí he entrado con él al cuarto de baño. De alguna manera, siento que si me alejo, podría desaparecer de nuevo. Sí, lo sé, es ilógico pensar eso cuando ha sido él mismo quien ha regresado por su propio pie a casa, pero déjenme un momento para librarme de este trauma.

De todos modos, él tampoco parece querer que le deje solo, ni hace seña alguna de que le moleste mi presencia.

Hace un momento he tenido que salir al coche, para recuperar el resto de la compra que hicimos. Steve ya estaba dentro de la bañera, y ha sido la única vez que me ha dirigido la palabra desde que entramos en casa.

— ¿Estás enfadado conmigo? — La pregunta me sorprende tratando de que el agua salga aún más caliente. Como siempre, su cuerpo está helado, y ya no sé si echarle la culpa a la lluvia o llamar a un doctor.

— No, ya no. ¿Y tú? ¿Estás enfadado conmigo? — Trato de cubrirle lo más posible con el agua caliente, mientras yo, arrodillado al pie de la bañera, aún llevo puesta mi ropa empapada, pero eso no me importa ahora. En realidad, solo siento que necesito arreglar lo que hice y creo, que eso solo sería posible si le volviera a ver sonreír como siempre lo hacía al mirarme.

CAÍDO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora