Capítulo 70

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PENÚLTIMO CAPÍTULO.

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                                     { Julia }

¿Alguna vez habéis experimentado esa terrible sensación de agotamiento absoluto pero, una vez que os metéis en la cama y deseáis poder aliviar ese cansancio de alguna forma, no conseguís conciliar el sueño?

Bueno, eso es lo que me llevaba pasando una semana.

Durante aquellos días precedentes había intentado por todos los medios mantenerme distraída. Había intentado dibujar, pero nunca conseguía concentrarme y, finalmente, terminaba rompiendo la hoja, llorando de frustración y con ganas de hacerme un ovillo. Había intentado tumbarme en la cama, ponerme los auriculares, escuchar música a todo volumen y dejar la mente en blanco, pero tampoco había funcionado. Dejar la mente en blanco era, precisamente, lo que menos podía hacer en esos momentos, y me removía en la cama inquieta, sin poder disfrutar del sonido de la música. Y de nuevo terminaba con los ojos inundados en lágrimas. Así que, finalmente, pareció ser que lo único que conseguía que, por lo menos, olvidase el mundo durante unos minutos, era jugar al fútbol hasta que las rodillas me vencían de puro agotamiento. Llevaba varios días con un continuo dolor por todo el cuerpo, pues parecía que aquellas punzadas de dolor continuas habían arraigado en mis músculos, y no había forma de que desapareciesen. Había bebido la asquerosa agua con azúcar a la que tanto estaba acostumbrada, pensando que era un problema de agujetas, pero al final había llegado a la conclusión de que era un problema de que mi cuerpo no daba para más. Era lógico, pues había castigado a los músculos de mis piernas con un ejercicio continuo durante horas, varios días, casi sin descanso. Incluso mi padre llegó a preocuparse por si me estaba forzando más allá de mi límite, pero estaba claro que, después de la discusión que habíamos tenido hacía una semana, prefería dejarme más a mi aire.

El caso era que, por las noches, me desplomaba en la cama a un nivel de agotamiento casi extremo, pero no conseguía conciliar el sueño. Y, cuando por fin lo hacía, me sumía en un sueño ligero y atormentado, en el que me acechaban sueños que no me dejaban descansar tranquila. Luego, por las mañanas, me despertaba con los ojos como un búho y sin apenas tenerme en pie, pero volvía a mi rutina de siempre: jugar al fútbol aunque mi cuerpo me gritase un poco de clemencia.

Tenía claro que iba a seguir así hasta que me fuese a España.

Sí, al final me iba a España. Por suerte, mi padre tuvo el tiempo justo para llamar a mi Academia de arte y afirmarles que sí aceptaba la beca. Eso había sido el día después de mi gran discusión con él. Cuando llegué a casa por la mañana, con un aspecto que debía de dar mucha pena, me encontré a mi padre dando vueltas por la casa como un gato. Cuando me vio, me abrazó y se disculpó numerosas veces. Sin embargo, yo me había limitado a decirle: “Me voy a España”. Después, había subido a mi habitación y me había tirado en la cama a llorar durante el resto del día.

Sabía que, desde el momento en que Niall me había dicho que se iba a Estados Unidos, algo dentro de mí se había resquebrajado. Lo sé, pensaréis que soy una exagerada, pero, ¿qué se le va a hacer? No nací para tomarme las cosas con estoicismo.

Creo que aquella parte de mí que se había roto era aquella última parte de inocencia que me quedaba. Aquella parte había permanecido intacta hasta ese momento: Era la parte que aún creía en los cuentos de hadas y en los finales felices, la parte que una desarrolla de niña, cuando sueña con un príncipe azul y un final de princesa Disney.

A chance to be happy | n. h. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora