{ Julia }
Me odiaba a mí misma.
La realización de ese hecho se cernió sobre mí con más fuerza incluso de lo que lo hacía la lluvia que caía sobre mí.
Me odiaba más de lo que lo había hecho nunca antes.
En menos de veinticuatro horas, les había roto el corazón a dos de las personas que más me importaban. Esa era una de las razones por las que me odiaba.
Apoyé las manos en las rodillas y dejé que la punzante y gélida lluvia cayese sobre mi nuca, se resbalase por mi piel, por mi pelo, dejando que me empapase, hasta el punto de no estar segura de si era más agua que carne y hueso. Supongo que aquel era mi penitencia, el castigo que me ponía por todos los errores y decisiones equivocadas que había tomado.
Sin embargo, ahí, en ese estrecho callejón, me había permitido el lujo de llorar, cuando sabía que ni si quiera tenía el derecho a eso. ¿Cómo podía siquiera actuar como la víctima cuando había sido quien había apretado el gatillo?
Aquella era mi condena. Sabía que tenía muchas posibilidades de coger una neumonía, de resfriarme o algo mucho peor, pero en esos momentos me daba igual. Me lo merecía.
Lloré y dejé que mis amargas y saladas lágrimas se mezclasen con las gotas de lluvia que resbalaban por mi rostro. Comencé a temblar. Me estremecía de frío, pero también de rabia, de frustración, y de tristeza. Lo único que deseaba en ese momento era poder esconderme bajo las sábanas de mi cama y perder el conocimiento durante unas horas, dejar que la realidad se resbalase entre mis dedos y se escapase de mi control y el de mi mente, aunque fuese solo durante un rato. Era consciente de lo egoísta, inmaduro y cobarde que aquello sonaba, pero aquel día me había dado cuenta de que yo aún era todo ello. Era egoísta, porque había antepuesto mis sentimientos a los de la persona a la que se suponía que quería. Era inmadura, porque no había actuado correctamente, me había comportado como una niña de cinco años que quiere tener la razón a toda costa, y que se enfada cuando sabe que no la tiene, pero aún insiste en que los demás crean lo contrario. Y, por último, era una cobarde, porque le había hecho daño a alguien a quien se suponía que apreciaba, al humillarle y tratarle como si sus sentimientos no valiesen nada.
La frustración hacia mí misma comenzó a hervir en mis venas como lo hace una olla al fuego, bullendo y haciéndome sentir impotente y desesperada. Quería hacer lo que fuese para arrancar de mí esos sentimientos y poder tirarlos lo más lejos posible. Una prueba más de lo cobarde y egoísta que era. El daño que había provocado ahora volvía a mí, era lo justo.
Finalmente, cuando llegué a la conclusión de que por mucho que intentase tranquilizarme, no iba a poder dejar de llorar y de estremecerme, decidí salir del callejón y volver a enfrentarme a las calles y a la gente que corría de un lado a otro, intentando guarecerse de la lluvia. Me subí la capucha de la sudadera, aunque era una tontería, pues estaba igual de calada que el resto de mi ropa, e iba a seguir mojándome, pero supongo que lo hice para protegerme el rostro de miradas ajenas. Clavé la vista en el suelo, escondí las manos en los bolsillos y dejé que las lágrimas siguiesen rodando por mis mejillas.
Quería volver a casa cuanto antes, pero, con esa lluvia torrencial, tendría que esperar a que se despejase un poco el cielo. El cansancio tanto mental como físico era tal que tenía la sensación de que me iba a desmayar de un momento a otro de puro agotamiento. Pero mis piernas seguían caminando sin rumbo alguno, llevándome por cuenta propia. Cada paso que daba era una punzada de dolor, y sentía las piernas pesadas, como si estuviesen hechas de cemento, pero no dejé de caminar.
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A chance to be happy | n. h. |
FanficJulia miró una vez más a aquel chico rubio y de ojos azules y de nuevo sintió que se derretía. Se sonrojó a más no poder, por lo que agachó la cabeza, ocultando su rubor. Niall se dio cuenta, y también se ruborizó, aunque intentó que su acompañante...