Epílogo

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  • Dedicado a ¡Todas mis maravillosas lectoras!
                                    

                                     { Julia }

-Per favore, Giulia. Si me dices que no, me enfadaré contigo.

Alcé la mirada de mi dibujo y observé a Eliza, mi compañera de habitación, con una sonrisa. Adoraba su acento italiano al hablar español, y me gustaba aún más la forma que tenía de mezclar su idioma natal con el español cuando intentaba hablar con rapidez.

-Lo siento, Eliza. Puede que la próxima vez. – Dije, una vez más.

Eliza hizo un mohín y me sacó la lengua de forma burlona, a lo que le respondí con el mismo gesto. Eliza comprobó la hora en su reloj de muñeca y comenzó a revolotear de un lado a otro de la habitación, buscando sus zapatos de tacón.

-Maledizione! Dove ho messo le mie scarpe?

No pude evitar reír al ver cómo mi compañera se frustraba y comenzaba a lanzar ropa por el aire, rebuscando en el fondo del armario sus zapatos. Una vez más, Eliza había intentado sin resultado convencerme de que la acompañase a una de las muchas fiestas que organizaba la residencia para los miles de alumnos de la academia. Ya le había repetido una y otra vez que a mí no me gustaban las fiestas, y siempre le decía lo mismo: “Puede que la próxima vez”. Supongo que al final terminaría cediendo a sus súplicas y a sus ojos de cordero degollado; tampoco quería hacerle un feo a Eliza rehusando siempre a sus invitaciones.

Eliza era mi compañera de cuarto. Era italiana, un año mayor que yo, y una de las chicas más preciosas y exóticas que había visto en mi vida. Su piel olivácea contrastaba con sus hipnóticos ojos verdes, y su larguísimo cabello chocolate caía en tirabuzones ondulados por su hombro. Recuerdo que, cuando llegué a la residencia y la vi deshaciendo la maleta en la habitación, llevaba unos simples shorts, una camiseta de tirantes y unas sandalias; aún así, estaba despampanante. Desde el primer momento había sido encantadora conmigo; nada más conocerme, me dio un abrazo y dos besos, y me trató como si nos conociésemos de toda la vida. Tenía suerte de estar con ella en la habitación; había una chica croata en la habitación 304 cuya compañera holandesa no aguantaba.

Era increíble la diversidad de culturas y países que había en la academia, todos y cada uno de nosotros intentando hablar español lo mejor posible y con un mismo objetivo: Perfeccionar nuestra técnica y convertirnos en grandes pintores.

Apoyé la cabeza en la pared y me quedé mirando las paredes de nuestra habitación, que cada vez estaban más decoradas con los dibujos que Eliza y yo hacíamos, colgándolos con celofán y mostrándolos en una especie de exposición para nosotras solas.

-Maybe you’ve left them under the bed. – Le dije a Eliza, en inglés. Mi compañera se había mostrado tan ilusionada de compartir habitación con una chica inglesa que me había pedido que, de vez en cuando, le hablase en inglés, para poder mejorar con el idioma.

Eliza buscó bajo su cama y alzó los zapatos triunfante.

-¡Aquí están! – Exclamó, y sus ojos verdes brillaron de emoción. Me dedicó una cálida sonrisa y me lanzó un beso. – Grazie, amore.

Eliza se levantó y se bajó el dobladillo del vestido. Se echó unas gotas de colonia y se cepilló el pelo.

-Fran me ha dicho que también irá a la fiesta. – Se giró hacia mí, aún pasando el cepillo por su brillante pelo. - ¿Crees que se fijará en mí?

Sonreí internamente. Fran era el chico español que le gustaba a Eliza y, al parecer, ella también le gustaba a él, pero en el mes que llevábamos en la academia ninguno de ellos se había atrevido a decir nada al otro.

-Claro que sí. Estás preciosa, como siempre.

Eliza me recordaba tanto a Daisy… sobre todo en momentos como aquél, en los que no podía evitar evocar esos días en los que Daisy y Drew no se atrevían a decirle al otro lo que sentían.

A chance to be happy | n. h. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora