Capítulo IX

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—Fui muy mala contigo —me dice Natasha, parada en el umbral de la puerta de la habitación—, eso no hacen los amigos. Los amigos se apoyan, no se hacen llorar.

Esos ojos encendidos, su corto cabello rojizo, esas delicadas pecas sobre sus mejillas y nariz, y el vestido rojo casual que hace a su cuerpo resaltar más de lo que lo hace con los jeans que normalmente usa, me traen ciertos sentimientos peculiares.

—Tú no eres mi amiga —su semblante cambia— eres la voz de mi consciencia, aquella parte que necesitaba hablar desesperada porque se ahogaba. Gracias por eso Natasha.

Ella sonríe, yo le dedico un intento de sonrisa y ella logra sonrojarse.

—Aún así, para tratar de solucionar mi error te tengo una sorpresa, bueno, los chicos me ayudaron a planearlo. Y no me interesa si prefieres quedarte aquí, porque si te niegas a ir voluntariamente, los chicos me ayudarán a subirte a mi automóvil.

—Sí, piénsalo —escucho la voz de Paul, seguido de reclamos por parte de los chicos. Natasha rueda los ojos al cielo, al parecer han estado escuchando todo.

—Está bien, iré —digo caminando, apoyándome con el bastón.

Hace tres días me quitaron el yeso. Hace una semana del incidente con Natasha, y ya quería verla, se ha vuelto la única que puede tranquilizarme porque cada vez que dice palabras fuertes, es como si el dolor desapareciera. Sabe por lo que he pasado sin necesidad que habérselo contado.

—Lo traeré en la noche —dice Natasha a Paul, Oliver y Flake, a un lado del automóvil mientras yo ya estoy en el asiento del copiloto— y muchas gracias por esto chicos. Les debo muchas.

—Nos las has pagado con hacer que el llanto de Magdalena pare —dice Paul, Natasha ríe ligeramente. Enseguida sube a mi lado y comienza a conducir.

—¿A donde vamos tan temprano? —pregunto apreciando la sonrisa que nace en su rostro, me hace sonreír también, se gira para mirarme por un momento.

—La primer regla es que no puedes hacer preguntas —me hace soltar una carcajada, así que ahora pondrá reglas—, la segunda es que deberías dormir porque será un viaje largo, la tercera es que puedes elegir las canciones, Paul me dio muchos discos, están en el compartimento frente a ti —yo lo abro y ahí los encuentro— y la cuarta regla es que me digas si necesitas ir al baño o comer algo, para detenerme.

Sonrió, pongo un álbum de Metallica. Mientras vamos camino a algún lugar, la pasamos cantando alto dentro del auto, pero ambos nos desahogamos con Nothing Else Matters.

Hacemos una parada para llenar el tanque de gasolina y Natasha se baja para comprar comida, cuando la veo regresar noto que en realidad son golosinas. Cuando entra la regaño con una sonrisa.

—Vamos, no eres tan atlético como quieres parecerlo.

Suelto una risita.

—Lo hago por cuidar tu figura.

—¿Qué hay de malo en mi figura? —pregunta ya adentrándose en la autopista, de nuevo.

—Es perfecta.

Ella se sonroja. Hasta yo me sorprendo de lo que he dicho. ¿Qué diablos pasa conmigo? Prefiero abrir las envolturas. Tomo una de las toallitas húmedas de Natasha y comienzo a darle de esos bocadillos en la boca, cuidando que su labial rojo no se arruine, pero es imposible, por lo que no puedo evitar reír de vez en cuando mientras ella se ofende con una sonrisa.

Después de 2 horas y media sé perfectamente a donde me lleva. No he estado aquí desde que Evi me lo prohibió. Estamos en las afueras de Berlín, me lleva a la casa de mis padres, donde crecí. Apenas veo la solitaria casa entre los árboles secos, no puedo evitar soltar un par de lágrimas.

FERNWEH |Christoph Schneider|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora