Capítulo XVIII

157 22 61
                                    

La luz solar mañanera entra por la ventana, y logra ser lo suficientemente potente para despertarme. Estoy desnudo, siento su cuerpo a mi lado, recuerdo lo que pasó y sonrío. Me giro para encararla, al hacerlo sólo puedo ver que está dándome la espalda. Las mantas cubren su cuerpo. Yo quito un poco el edredón, para poder apreciar mejor su figura, comienzo a acariciarla y me acerco a ella, no puedo resistirme a besar esos elegantes y delicados hombros. De pronto ella se gira, dejando que yo vea esos increíbles senos y su rostro de perfil. Es preciosa.

Entonces comienza a moverse hasta que despierta, se gira para obsérvame y enseguida sonríe, llevando sus manos a su rostro. Esos moratones son un recordatorio de lo imbéciles que las personas son.

—Buen día cielo, aunque me está matando la cabeza.

Yo me encargo de quitar sus manos de su rostro para dar un beso en la punta de su nariz, ella sonríe. Yo enseguida me levanto.

—Iré por una aspirina, espera aquí.

Voy al armario para buscar ropa interior.

—Chris.

—¿Qué pasa? —me giro para verla.

—Buen pene — muestra sus dientes en una enorme sonrisa, suelto una carcajada.

Me visto y enseguida voy a la planta de abajo, para buscar una aspirina. Entro a la cocina y me encuentro a Paul, quien me observa y comienza a aplaudir sarcásticamente, suelto una risita.

—¿Qué pasa?

—Tú eres un maldito semental sin freno —diablos—. ¿No podían hacer un poco más de ruido? Quizá el vecino no escuchó.

—Creímos que la estabas asesinando —dice Richard mientras toma el café de su taza.

—Oigan, yo lo siento —digo apenado.

—Tranquilo —dice Paul acercándose a mí y poniendo su mano en mi hombro—, sólo desconocíamos esa cualidad que escondes entre las piernas, amigo burro.

—Oye para —digo cansado por esto— si me pasé pero —ahora comprendo y suelto una risita burlona—, así que ¿amigo burro?

—Sí, sí, sí, —dice Richard amargado— ¿a qué venías?

—Déjalo —dice Paul— a veces se comporta como un idiota total, pasa de él.

Yo sólo asiento, enseguida comienzo a preparar café y busco la aspirina. Después de diez minutos regreso a mi habitación. Natasha se sienta en la cama mientras cubre su cuerpo con el edredón, ella toma la pastilla y el café.

—¿Quieres contarme que te pasó? —pregunto serio.

—Tengo unos recuerdos muy vagos de contárselo a Paul, supongo que él te lo ha dicho ya, pero eres de esos chicos que quieren escucharlo directamente ¿no? —sonrió triste—. Fue Karl, me obligaron a atenderlo en el bar, yo no tuve opción, cuando estaba muy ebrio comenzó a sujetarme por la ropa y por el brazo para intentar besarme, yo le di una bofetada, mi jefe se molestó, no debo pegarle a los clientes, entonces Karl se fue sobre mí y me golpeo, al menos pudieron quitárlo antes de que fuera peor.

Me acerco y dejo un casto beso en sus labios con sabor a café.

—Deben darte la orden de restricción, ya.

—Lo harán, tú sólo no te preocupes por eso —ella sonríe, me da paz.

—¿Quieres bajar a desayunar? —ella asiente.

—No tengo ropa, y mi uniforme está hecho un asco, ¿no tienes algo pequeño?

—No te quedará nada mío, quizá algo de Paul.

—O consigue una playera de Ollie y la uso como vestido —dice sonriente.

—Espera aquí.

Salgo, toco la puerta de la habitación de Ollie, él me abre la puerta, accede a prestarnos una de sus playeras, la más grande que tiene. Natasha entra a la ducha, cuando sale huele a mis productos de limpieza, ese olor masculino es extraño pero me gusta en ella. La playera de Riedel le queda perfecta como vestido, algo holgada pero no se queja. Bajamos, mientras preparamos el desayuno ella desaparece con Paul. Sólo estamos Richard, Oliver y yo.

—¿Qué piensan de los homosexuales? —pregunta Richard, serio.

—¿Qué importa lo que pensemos? —dice Oliver—. La gente está muy ocupada tratando de ser feliz, a mí no me interesa con quien folles.

—Oliver tiene un punto —respondo mientras limpio la mesa y ordeno la despensa—, me da igual con quien follen los demás. Y aunque suene cursi, prefiero que dos hombre se besen a que estén peleando afuera de una cantina, eso es lo que menos necesitamos.

—Ya —dice Richard, aún sentado en la mesa, sin ayudar y haciendo reflexiones filosóficas, supongo—, es más fácil decirlo cuando no saben todo lo que implica.

Oliver y yo nos observamos, serios y asustados. Notamos la amargura de sus palabras. Ambos dejamos de hacer lo que hacemos y nos sentamos a su lado.

—¿Tienes problemas de orientación sexual? —pregunta él, Richard no quiere levantar la cara, se cubre con sus manos.

—Chicos, vivimos juntos por un tiempo, y confío en ustedes. Es que yo ya no sé si me gustan las vaginas o lo penes. Las curvas de una mujer desatan una tormenta de lujuria dentro de mí, pero últimamente mi cabeza no puede estar en paz. Saben que no puedo tomarme mis relaciones en serio, enamorarme no es lo mío, pero ahora me siento extraño por un hombre, un maldito hombre, joder.

Richard Kruspe, el chico malo y todas mías de la banda, en problemas amorosos por un chico, eso no lo esperaba.

—¿Por qué no lo intentas? En esta vida hay que probar de todo para saber que es lo que te gusta ¿no? —digo sincero.

—Tengo miedo —dice con las manos aún cubriendo su rostro—. No quiero arruinar nuestra amistad, ¿y si no me corresponde? La banda estaría arruinada.

Ollie y yo nos observamos a los ojos, impactados.

—¿Te gusta alguien de nosotros?

—Más les vale que ya esté listo el desayuno, que de chisme yo no me alimento —dice Paul, entrando con Nat.

Nos levantamos y comenzamos a desayunar.

FERNWEH |Christoph Schneider|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora