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Wilmer intentó ponerse de pie rápidamente, pero sintió un tirón en su hombro que se extendió por toda su espalda, mientras que sus rodillas y sus codos ardían como mil demonios. La caída le había hecho unas heridas y rasmillones en su cuerpo, pero afortunadamente y considerando la altura, debería estar agradecido.

—Mierda... —dijo poniéndose de pie como a poco.

—¡Hey!

La voz amigable de alguien que se aproximaba le indicó que lo habían visto caerse, y no sabía que era peor; la vergüenza o el hecho de que realmente necesitara ayuda para pararse.

—Te ayudo, te ayudo...

Un brazo se deslizó por su espalda, mientras que otro por debajo de su axila ayudándolo gentilmente a ponerse de pie lentamente. Wilmer vio sus manos completamente rasmilladas, sus rodillas y sus codos también, además de un gran círculo rojo en su hombro derecho, el cual seguramente dejaría un gran moretón. Su vieja liga del cabello se había roto y tenía el cabello suelto, así que al corrérselo de la cara miró al chico que lo había ayudado. Tenía su edad, pero su cabello corto y marrón lo hacían parecer un poco más maduro. Solo vestía un pantalón de traje de baño y anteojos de sol que le negaron verle a los ojos. Tenía buen cuerpo, Wilmer no pudo pasarlo por alto.

—¿Estas bien? —preguntó Brandon.

—Si, yo... sí. —respondió Wilmer tratando de recordar como carajos se había resbalado.

—Eres Wilmer ¿no? —preguntó sorpresivamente el castaño.

—Si, ¿Cómo lo sabes? —preguntó el pelinegro.

—Vamos en el mismo colegio, digo, íbamos...

—Entiendo. —respondió Wilmer haciéndose el fuerte y aguantando el ardor de sus rasmillones. —Gracias, ya me tengo que ir...

—Oh...—soltó Brandon. —Espero no te haya golpeado muy fuerte.

—No, no me golpee muy fuerte. —afirmó Wilmer intentando no cojear mientras se alejaba de la playa y en las bancas del borde costero se ponía sus zapatillas, para prontamente perderse entre la gente que iba llegando en masas al lugar.

—León se enojará... —dijo gracioso Sebastián una vez Brandon volvió donde él y Loreto.

—No seas idiota, ¿viste como cayó?

—Si...—Sebastián se puso a reír. —Pensé que se había muerto. —agregó sin poder contenerse la risa.

—No le veo el chiste. —agregó Loreto sacándose sus lentes de sol caminando hacia el mar.

No era gracioso, no era gracioso pensar que alguien podía hacerse daño, podía haberse lastimado en serio, al castaño no le causaba nada de gracia el hecho de reírse de la desgracia ajena, cosa que inmediatamente Sebastián captó levantando las manos como forma de disculpa.

Brandon no conocía a Wilmer, pero era la segunda vez que lo veía caer. La primera había sido hace cuatro años, sin embargo había sido una caída completamente diferente, una que estuvo plagada de incertidumbres del castaño, una que quizás pudo haber ayudado a amortiguar pero que no lo había hecho a tiempo, existía algo en Brandon que jamás le permitía llegar a tiempo, no cuando las cosas realmente importaban, exámenes, citas al médico, cumpleaños, incluso ese mismo día el castaño había llegado tarde, era algo intrínseco en él. Sin embargo, al ver a Wilmer recordó aquel día hace cuatro años cuando escuchó un golpe como si un saco de harina cayera desde lo más alto del cielo, una caída libre, no física sino emocional, una caída que vio en los ojos de Wilmer cuando se cruzaron por los pasillos del hospital, una caída donde nadie lo atrapó y que terminó por romper por completo al pelinegro.

Brandon no sabía lo que pasaba en la vida de Wilmer en ese entonces, ni siquiera hoy, pero lo había visto caer nuevamente hoy después de cuatro años, y sintió que nuevamente nadie lo había atrapado.

—¿Trajeron comida? —preguntó Sebastián sacando a Brandon de sus pensamientos.

—Si, unas empanadas que compré en el local al otro lado de la calle... —respondió Brandon sacándolas de su mochila sonriente.

—No gracias, odio las empanadas...—respondió Loreto.

—Yo también. —respondió Sebastián sacando un paquete de galletas saladas del bolso de la chica haciendo que esta lo golpeara suavemente.

—Por eso las traigo...—respondió Brandon dando una gran mascada a su empanada. —Es que queso y camarón, ¿quieren? —preguntó con la boca llena como forma de burla.

Ninguno de sus amigos les gustaba las empanadas, solo a él, y eso lo hacia feliz y miserable al mismo tiempo, pues no tenia que compartirlas, pero tampoco podía disfrutarlas con nadie. Mientras comía, noto notó que las plataformas de donde habían disparado los fuegos artificiales en año nuevo hace solo una semana seguían flotando sobre el mar.

—¿No deberían haberlas sacado? —preguntó Brandon limpiándose la boca con el dorso de su mano.

—Las dejaran hasta fines de enero...—respondió Loreto.

—¿Por qué? —preguntó el castaño.

—El aniversario del puerto... —rio Sebastián.

—Que bien...—dijo Brandon con todo sarcástico. —Ruido.

Una de las cosas que el castaño odiaba eran los ruidos fuertes y explosivos, pues sus oídos eran bastante sensibles a ese tipo de vibraciones, así que la idea de fuegos artificiales jamás le agradaba, ni siquiera en año nuevo, no tenían significado para él, no le encontraba la gracia, solo eran luces explosivas en lo alto del cielo, sin embargo, el significado de muchas cosas cambiaría para él en las siguientes semanas, cosas que parecían completamente monótonas y normales tomarían un significado totalmente...liberador.

Sí o sí te atraparé!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora