—Se lo pasas a tu padre, por favor. —dijo el hombre gordo entregándole una caja a Wilmer quien había llegado justo a tiempo a su casa.
El hombre miró los rasmillones de Wilmer y le preguntó si se encontraba bien, a lo que el pelinegro simplemente asintió cerrando la puerta delantera del patio y subiendo las escaleras hasta entrar a su casa, dejando aquella caja en la mesa del comedor y entrando al baño.
—Mierda... —soltó de dolor cuando el agua de la regadera tocó sus heridas.
Caminó hacia el cuarto de su padre donde tenía alcohol de curar y un par de parches curita y se los puso una vez el ardor del alcohol lo dejó, sin embargo, no había nada para ese moretón en su hombro, y era aún hecho que al día siguiente ese color rojo del moretón cambiaria a uno más oscuro.
Se sentó algo torpe en su cama y trató de repasar como se había caído tan estúpidamente. Intentó culpar a las sandalias, pero ya había escalado esa roca decena de veces con ellas puestas y jamás se había caído, y luego recordó ese brillo, ese algo brillante entre las rocas cuyo destello tocó sus ojos juntos cuando intentó sujetarse para bajar.
—¿Qué era? —se preguntó.
No era un vidrio, el brillo había sido demasiado fuerte, así que de seguro era un pedazo de metal. Entonces un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar que podría haberse herido con algún fierro, así que simplemente se relajó pensando que estos rasmillones eran mucho mejor que un fierro atravesándolo por la mitad, pero...
Me conocía...
No fue irrelevante.
Ese pensamiento fue algo nuevo, no recordaba la última vez que alguien lo saludó afuera del colegio o que siquiera lo reconociera. Usualmente en preparatoria se sujetaba el cabello con una pequeña coleta, así que cuando dejaba el colegio se lo sujetaba con una liga estilo cintillo que dejaba su cabello suelto, no quería que lo reconocieran en la calle, exactamente por situaciones como estas, situaciones vergonzosas, pero, aun así, ese chico lo reconoció, y fue el único en acercarse a ayudarlo.
—¡Wilmer!
El grito de su padre lo sacó de sus pensamientos, haciendo que el chico saliera a paso lento de su habitación. Vio que su padre había regresado a casa y revisaba la caja que le había traído el hombre, la cual Wilmer dejó sobre la mesa del comedor.
—¿Ya regresaste? —preguntó Wilmer desinteresado.
Su padre no respondió.
—Necesito que vayas a la ferretería de más arriba, yo no tengo tiempo, debo volver al taller. —dijo su padre girándose a verlo, pero ni siquiera se dio cuenta de que Wilmer estaba lleno de rasmillones.
—Bien. —respondió el joven.
—¿Bien qué? Ni siquiera sabes a que iras... —agregó su padre con expresión distante. —Ve y dile al dueño que necesito dos de estos mismos rodamientos. —dijo su padre dejándole uno de los rodamientos en la mesa al chico. —Lo usare mañana así que no vayas al taller a dejármelo.
Wilmer no lo haría, jamás visitaría ese taller. Su padre no se lo permitía, no desde que había decidido contarle que gustaba de chicos, en retrospectiva, quizás fue eso lo que hizo que su padre se volviera aún más frio con él, aunque eso había sido años atrás, incluso años antes de la muerte de su madre. Wilmer no iría a ese taller, estaba prohibido para él, la reputación de su padre estaba en juego, la reputación del hombre del taller cuyo hijo era maricon.
El padre de Wilmer dejó la casa y el silencio se posó en su jaula haciendo eco el chirrido del refrigerador y también la gotera del baño. Wilmer quería creer que algún día todo encajaría, que poco a poco las cosas mejorarían, pero ¿Qué hacías con piezas que se negaban a trabajar juntas como él y su padre? Pues nada. Wilmer se acercó al refrigerador y lo movió un poco para que dejara de hacer se ruido molestoso y al abrirlo por inercia nuevamente notó que no había nada, solo unas láminas de queso que vencerían en solo un par de días y una empanada a medio comer que había dejado el pelinegro el día anterior.
Todo estaba vacío, incluso su hogar, no había nada incluso en las paredes del comedor, solo quedaban pequeños lugares claros donde solían estar colgadas las fotos familiares, las cuales su padre también había retirado un par de meses después de la muerte de su madre.
—Debería ir saliendo...—murmuró poniéndose las zapatillas que había dejado tiradas en la entrada de la casa y saliendo con el rodamiento en sus bolsillos.
La ferretería solo quedaba unos quince minutos caminando. En ese trayecto solo los audífonos lo separaron de las miradas obvias de gente que clavaba sus ojos en sus rasmillones frescos. Él solo los ignoró, la música lo distraía, por fuera parecía un chico tímido, pero cuando se ponía los audífonos, la música se colaba en todo su cuerpo sumergiéndolo en emociones que incluso a veces le daban miedo pues le recordaban a él antes de que todo sucediera. Entonces ese perro de aquella anciana que siempre vestía como una joven pasó entre las piernas de Wilmer casi haciéndolo caer, mientras que la mujer corría detrás de este.
—¿Estas bien? —preguntó la anciana deteniéndose frente a Wilmer recobrando el aliento.
—Si, todo bien...—respondió Wilmer.
—Coco ha estado algo inquieto desde los fuegos artificiales de año nuevo... —agregó aquella mujer de baja estatura quien vestía un vestido floral ajustado.
Wilmer no respondió, es más ni siquiera se sacó los audífonos.
—Deberías verte eso...—le dijo la mujer al ver el moretón en el hombro del chico.
—Camila, tu perro se metió en la casa de más abajo... —interrumpió una mujer sonriente pasando por el lado de ellos, indicándole la dirección a la anciana.
—Dios...—gruño esta y dejó a Wilmer quien siguió su camino hacia la ferretería.
Los fuegos artificiales serian a fines de enero y el mes recién había comenzado, un hermoso juego de luces en el cielo y a Wilmer le gustaba, pensaba ir a verlo, y aunque la vista desde su casa era privilegiada, bajaría hasta las rocas y lo vería desde ahí, vería desde ahí aquellas luces que disfrutaban de aquello que él tanto anhelaba: la libertad del cielo.
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Sí o sí te atraparé!
Teen Fiction「Terminada」El primer verano luego de graduarse de la preparatoria había llegado, y él solo miraba el cielo, o quizás mas allá. Estaba sobre ese roquerío en la playa, no buscaba broncearse, solo calidez y libertad, pensaba que era el único, pero en r...