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Wilmer se despertó algo desganado, sabía dos cosas por seguro, la primera, su padre trabajaría hasta tarde como de costumbre, y la segunda era que debía ordenar su cuarto, era un desorden inconcebible.

Recogió una liga para el cabello desde su velador y como un cintillo volvió a pasársela por su cabello para prontamente abrir las ventanas de su cuarto dejando entrar la brisa matutina. Su habitación daba hacia la calle, la única que se interponía entre él y el resto de la ciudad. Vivir en los cerros de Valparaíso siempre había sido una de las cosas buenas que tenía el pelinegro, y su vista era de las mejores para ser honesto.

Salió de su cuarto y caminó hacia el baño esperando no encontrarse con su padre, quien aún no debía partir a su trabajo.

Vivían solos hace ya cuatro años, la muerte de su madre fue la estocada final que le terminó arrancando las alas, o el resto de lo que quedaban de ellas. Su padre se convirtió en un fantasma, en esos cuatro años jamás volvió a ser el mismo, lo comprendía, Wilmer lo comprendía, no era idiota, y por lo mismo lo toleraba, sus salidas por la noche, su constante derroche de dinero en alcohol y el olor cigarro constante en la casa, pero lo peor de todo era el silencio, el que ambos habían construido para evitar tocar el tema de su madre, solo hablaban cuando era necesario, y solo cosas superficiales, sin embargo Wilmer no podía mirarlo a los ojos, cada vez que lo intentaba solo quería gritarle, gritarle porque todo había sido su culpa y jamás lo habían hablado, jamás habían habado sobre la muerte de su madre.

Abrió la llave del lavamanos y lavó su rostro. Escuchó ruido en la cocina así que asumió que su padre aún no se iba al trabajo, era mecánico de un taller de automóviles. Si trataba de hacer memoria, Wilmer siempre había visto a su padre trabajando en lo mismo y en el mismo taller, al menos eso no había cambiado.

El joven salió del baño hacia su cuarto, no quería toparse con su padre así que dio zancadas alargadas y silenciosas, pero no dieron resultados, este lo escuchó y se acercó al pasillo antes de que el pelinegro entrara a su habitación.

—¿Qué harás hoy? —preguntó su padre mientras se metía la billetera y las llaves en sus bolsillos.

Su padre; Oscar, no tenía más de cuarenta y cinco años, pero su rostro reflejaba lo contrario. Tenía algo de barba recién cortada y anteojos. Wilmer no era nada parecido a él, él era como su madre, el vivo reflejo de ella, y a veces incluso su padre se lo decía, recordándole que quizás Wilmer era por qué su padre se había convertido en eso, en ese fantasma silencioso.

—Iré a la playa. —respondió Wilmer con voz baja e inaudible como siempre. 

—Ya te he dio que hables fuerte. —soltó su padre con tono agrio.

—Iré a la playa. —volvió a repetir con tono más fuerte evitando hacer contacto visual con él.

—Bien. Yo volveré tarde. —respondió el hombre.

Wilmer asintió y su padre finalmente salió de la casa. El pelinegro solo se devolvió a su cuarto y se estiró en la cama al ver que eran recién las nueve de la mañana. Miró el techo y estiró su mano. Desde pequeño amaba el cielo, y la libertad que este inspiraba. Tenía varias pegatinas en el techo de su cuarto de aves y nubes, tantas que casi cubrían todo el ancho y alto techo de su cuarto, era un buen lugar para buscar motivación cuando la necesitaba, así luego de soltar un suspiro se puso de pie rápidamente para comenzar a asear su cuarto antes de salir.

Sus cuadernos de preparatoria cayeron en una gran bolsa de basura como también su uniforme. Decidió conservar la corbata de su colegio, siempre le pareció bastante bonita, era amarilla con dos franjas horizontales negras en el centro.

Sí o sí te atraparé!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora