-La hipotenusa-

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Estaba seguro de que Conway se infartaría si viese ese permiso, por lo que mentalmente se aseguró que no tomaría la baja, al menos no bajo esa receta.

El chequeo médico básico fue normal, le midió y peso para luego anotar todo en su libreta.
-Bueno Horacio voy a pedirte que subas a la camilla, y te retires la camiseta; voy a realizar un examen superficial para descartar cualquier anormalidad-.
Se retiró la camisa y atendió a la orden del doctor muerte.
Empezó pasando sus manos con los guantes por sobre su pecho, tentando con los dedos en busca de algún bulto, mancha o irregularidad, al no notar nada bajo a su abdomen, presionando hasta su vientre.
-No hay nada raro o preocupante ¿Le molesta que me retire los guantes? Es más sencillo y cómodo hacer los tactos de esta manera-.
-Adelante...-.
Se retiró los guantes médicos y continuó tocando su vientre.
Horacio comenzaba a sentirse muy acalorado, el tacto directo del doctor le quemaba y sentía su cara roja, intentó distraerse analizando al alfa delante suyo, tenía unos ojos claros súper bonitos y el cabello castaño rapado por los lados, se veía mamado aún debajo del uniforme blanco... eso no le estaba ayudando para nada con el calor que sentía.
El consultorio se empezó a llenar del aroma a frutos rojos que caracterizaba a Horacio...

Gustabo salió de la sala con la nueva medicación en mano y con su permiso firmado, según recepción Horacio estaba siendo atendido, así que optó por vagar por el piso mientras esperaba a su hermano, camino hasta un pasillo alterno y entró en la última puerta topándose con una sala con dos cristales gigantes a los lados, detrás de estos había varias cunas con cachorros, gustabo se acercó al cristal paseando su mirada entre todos.
-Son muy monos ¿verdad?-.

¡Si, superintendente!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora