-Factura-

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Tomó el móvil como última esperanza y llamó.
Sonaron los primeros tonos.
-¿Abuelo?-.
-Capullo ¿donde coño estas?-.
-En comisaría-.
-¡¿Que mierda haces ahí?! Anormal-.
-Relájese Conway, sí es culpa suya, usted me dejó encerrado en el patrulla-.
Su mandíbula estaba tan apretada que parecía a punto de romperse, dio un gruñido y apartando el móvil encendió la radio y aviso a la malla que había encontrado a Gustabo.
-No te muevas de ahí-.
Al otro lado de la línea Gustabo tembló ante el tono de voz de Conway, sabía que estaba muy muy cabreado.
Soltó todo el aire y se sentó en el escritorio de Conway, sabía que le vendría una grande, quizá se había pasado un poco con golpear el patrulla, pero estaba molesto ¿cómo se le ocurre al abuelo encerrarle en el puto auto? ¿Que era un perro?
Se había quedado dormido un rato, cuando se despertó entro en pánico al estar solo ahí, rompió la ventana con sus conocimientos de calle.
Una vez fuera y tratando de recuperar el aliento vio rojo y comenzó a golpear el patrulla, odiaba estar en lugares cerrados y solo.
No llevaba radio,ni móvil y tampoco le apetecía esperar a que el superintendente viniese y le diera con la porra, así que camino a comisaría "tantos autos abandonados que podrían facilitarle el camino" pero era policía y no podía robar o "tomar prestado".
Llego a comisaría rojo y respirando con dificultad.
-Maldito súper-verga-ardiente-.
Decidió quedarse en la recepción hasta que se hartó de tomar denuncias a gilipollas que solo contaban mierda.
A la primera oportunidad que tuvo, se escabulló escaleras arriba, al despacho de Conway, que era el más amplio, cómodo y silencioso.
Hablo un poco con Horacio, quien le contó que el doctor ya le había dado medicinas y que se encontraba como nuevo otra vez.
Se quedó pensando en el tema de medicamentos y sobre todo en lo sucedido con la doctora más temprano, admitía que lo que había hecho era una estupidez, tomar las dosis no adecuadas era peligroso, pero había sido necesario para vivir y llegar hasta donde estaba ahora, aunque esto le estuviera empezando a pasar factura; también le dio vuelta a las alternativas que tenía, las mierdas de pastillas a base de hierbajos no iban a servirle, sabía que iba a sufrir lo que no estaba escrito, así que podía pasarlo solo, con sus dos cojones o pedir ayuda, cosa que no terminaba de ver, no estaría cómodo dejándose al cuidado de cualquier alfa cabron que pudiese marcarle o pasarse con él.
El móvil sonó sacándolo de su torbellino de pensamientos.
-Es papu-.
Estaba jodido.

¡Si, superintendente!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora