14

831 96 37
                                    

Embaraza de un mes, bueno, creo que el chiste se cuenta solo. Maldita sea.

Agustín sabe que lo que me ha dicho estuvo demás. Ahora Jenny está sentada junto a él maldiciendo en mil idiomas y él solo le pide silencio.

Por lo menos uno de mis amigos tuvo la decencia de decirme la verdad. Mientras el resto solo jugaba a juzgarme por lo que quiero hacer en mi vida.

Es que realmente no lo puedo creer.

El reloj marca las cinco de la mañana y yo vuelvo a ponerme de pie. Necesito un nuevo café o terminaré colapsando.

— Ruggero. —decido dejar el vaso a un lado y me acerco a Ayla disimulando el hecho de que he tomado más cafeína de la que recuerdo.— Deberías descansar, recuerda que estás en tratamiento.

— Lo sé. —admito cansado.— pero supongo que voy a dormir un poco en el avión. En media hora me voy.

— ¿Esta todo bien? En las veinte veces que he pasado me di cuenta de que estas muy distante de todos.

— ¿Y cómo no si me mintieron?

Ella me mira confundida y yo solo niego dejando un beso en su frente antes de alejarme buscando el baño más cercano. Necesito lavarme la cara.

Y es que soy consciente de que cuando me enojo hago siempre todo mal. Tomo decisiones estúpidas y me vengo dando donde más le duele a la persona.

He estado intentando cambiar ese hecho. Pero saber que he estado como un verdadero idiota buscándola mientras ella rehacía su vida con ese enfermo me subleva.

Maldita sea.

Me duele la cabeza, más manos me tiemblan y me siento sumamente mareado. Odio al mundo entero. Realmente los odio.

— ¿Estás bien? —Ayla vuelve a ponerse frente a mí preocupada.— Te estás poniendo pálido.

— Solo me duele la cabeza. Me duele demasiado.

— A ver, tranquilo. Ven conmigo. —pide tomando mi mano.— No te ves nada bien.

No digo nada porque evidentemente es verdad. Así que la sigo hasta una oficina en donde me ordena sentarme mientras busca entre los cajones.

Termina por sacar una pastilla que reconozco perfectamente y me obliga a tomarla con mucha agua. Al menos no estoy tan mareado como antes.

Se sienta frente a mí y sin dejar de mirarme con duda se atreve a preguntar. O más bien a afirmar.

— Tomaste demasiada cafeína.

— Lo siento. Estoy terriblemente estresado.

— No debes sentirlo. Y ya deja de hacer cosas estúpidas, por favor.

— ¿Eh?

— Desde que te conozco, hace algunos meses, he logrado darme cuenta de que haces cosas estúpidas cuando te enojas.

— Vaya, gracias por notarlo.

— No sé lo que esté pasando en tu vida, Ruggero. Pero puedo asegurar que no vale lo suficiente como para que estés sufriendo así.

— Es que si vale lo suficiente. —aclaro.— Vale absolutamente todo lo que tengo y lo que no. Vale mi vida entera. Porque yo estoy enamorado de esa mujer y una estúpida parte de mí me dice que ella también me ama a mi.

— ¿Y qué haces aquí sentado entonces? ¿Por qué estás esperando que tu amigo te informe que su vida se ha completado con el nacimiento de su niña en vez de ir a buscar a la mujer que amas?

3| El verde de sus ojos; Darlo TodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora