17. Gracias

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NARRA LUIS CEPEDA FERNÁNDEZ

(Domingo 28 de abril de 2030)

Estiré los brazos y me abracé a ella por detrás. Se quejó. Levantar a Aitana después de haber trasnochado por su capricho de "me da morbo hacerlo clandestinamente" teniendo en cuenta de que nuestro hijo dormía en la habitación de al lado; era misión imposible.

-Buenos días.- Le susurré en el oído acariciando su brazo desnudo y dejando un beso en su sien. -¿Cómo has dormido?- Mi voz por las mañanas sonaba muchísimo más ronca de lo normal y sabía que eso le gustaba.

-Bien.- Soltó en un hilo de voz casi inaudible muerta de sueño.

-Me tengo que ir a trabajar, cariño.- Se giró un poco para mirarme con los ojos semi cerrados desde su posición. -¿Vamos hablando y ya me avisas si comemos aquí o en mi casa?- Asintió volviendo a cerrar los ojos y se recostó de nuevo. -Te quiero.- Me levanté descalzo y en calzoncillos y salí a la par que mi hijo. -Buenos días campeón.- Cerré la puerta con cuidado tras de mí para no molestar a Aitana y ambos nos dirigimos a la cocina. -¿Qué quieres desayunar?- Se sentó en uno de los taburetes de la isla de la cocina y bostezó.

-Un bombón descafeinado de máquina con mucho hielo.- Contestó a desgana recalcando el "mucho".

-Estás hecho todo un señor ya.- Le arranqué una pequeña carcajada y comencé a preparar el desayuno.

-¿Hoy te quedas con nosotros?- Se frotó los ojos y yo me giré para mirarlo.

-Ahora tengo que ir al estudio de David a intentar componer algo, luego seguramente comamos juntos.- Asintió esbozando una gran sonrisa.

Y era verdad eso de que intentaría ir a componer algo. Últimamente tenía un bloqueo mental enorme. Tenía un montón de sentimientos acumulados pero sin embargo no era capaz de vomitarlos en una hoja de papel en forma de canción. Siempre fui de palabras fugaces y de canciones rápidas. Nunca tuve problemas con la composición. Y podría decir, orgulloso de ello, que pocas veces o ninguna tuve dificultad a la hora de escupir sentimientos. Pero no estaba en mi mejor momento.

La ansiedad me comía por dentro y sentía que si todos mis miedos salían a la luz me rompería. Porque hacía tiempo que mi corazón estaba cogido con pinzas y colgando de un hilo al borde del precipicio. Porque quisiera o no, me dolía que Aitana me hubiera ocultado tantos años a la persona más importante de mi vida. Porque le tenía pánico al ser padre y no saber bien cómo actuar delante de un adolescente con las hormonas revolucionadas y problemas de autoestima. Porque si lo soltaba todo ese corazón pegado con celo de mala manera se despegaría y se haría a ñicos de nuevo. Y no quería volver a romperme. No quería tener que volver a pasar las noches en vela llorándola a ella como hice años atrás en aquel pequeño apartamento de Washington. No quería hacerme daño. No quería sacar toda la mierda que tenía dentro porque eso solo acabaría matándome. Tragaba y tragaba, todo para mí. Me estaba ahogando y pedía a gritos ayuda en silencio. Pero no podía mostrarme débil. Era yo el que tenía que ayudarlos a ellos. Era yo el que debía dar la cara. Si me derrumbaba solo sería un peso más. ¿Si no los salvaba yo quién iba a hacerlo? Pero, ¿y quién me salvaba a mi?

Joder, a veces se me olvidaba que yo también soy persona. Que yo también puedo ser vulnerable. Que yo también puedo permitirme llorar como un descosido. Que yo también puedo dejarme querer. Que yo también me rompo y si nadie me ayuda soy incapaz de recomponerme. Que yo no soy de hierro y que de vez en cuando necesito amor, comprensión y consejo. Que soy humano y nadie lo ve. Luis Cepeda Fernández, estaba para todos pero nadie estaba para él y no podía reprocharles nada, porque no era culpa del resto, era yo el que se cerraba en banda y no dejaba que nadie entrara en mi corazón. Era yo el que debía pedir ayuda y no esperar a recibirla.

Está Permitido || AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora