Capítulo 31.

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Los días continuaban pasando y Camille seguía enviándome lindos y emotivos mensajes como si fuera mi tía de cincuenta años. De vez en cuando se atrevía a mencionarme a los Müller, me hablaba de Derek y me hacía recordar cosas que habíamos vivido, pero la verdadera prueba era cuando me mencionaba a Andrew, ella trataba de leerme, de descubrir si había una grieta, una abertura que me hiciera llenar de dolor al recordarlo. No le mentía, no le decía que lo había olvidado y ya no sentía ni lo más mínimo por él, porque lo cierto era que lo pensaba una que otra vez cuando le daba espacio a la mente para traerlo de vuelta, lo recordaba con algo de nostalgia y a la vez con cariño, pero nunca con odio o amargura.

Después del cuatro de julio Lucas no había vuelto a la casa y Katherine me llamaba todas las noches para saber cómo se encontraban sus hijos y disculparse por no poderlos llamar a ellos en el día.

Era de madrugada y como no tenía sueño estaba como un pequeño ratón en la cocina. Un ruido en la puerta me alarmó, mis pies descalzos recorrieron el camino hasta estar delante de ella, espere a que alguien la cruzara, pero solo escuche torpes movimientos en la manija.

—¡Ay, por favor! —escuché a Lucas quejarse.

—¿Luc? —pregunté.

—¿Aly?... ya hasta estoy alucinando con su voz. —soltó una carcajada. Abrí la puerta con lentitud y lo vi con sus llaves en la mano, al parecer no había sido capaz de dar con la llave correcta y abrir— ¿Eres real o es una alucinación mía? —preguntó, agarrándose del marco de la puerta para no caer.

Miré por encima de su hombro para ver si alguien lo había traído— ¿Condujiste hasta aquí en ese estado?

—¿Eres real? —preguntó, mirándome fijamente.

—No Lucas, soy producto de tu imaginación —dije burlona y él frunció el ceño.

Estiró su brazo y tocó con cuidado mi hombro— Eres real. —comentó— Eres tú, el amor de mi vida. —dijo, caminando hacia mí y envolviéndome en sus brazos— Hola, Rapunzel de cabello corto y ojos marrones, tu príncipe ya está en casa —dijo con voz tierna para después besar mi frente.

Cuando me abrazó pude sentir el olor a alcohol— ¿Cuánto bebiste? —él se encogió de hombros— ¿Algo que dopara caballos o qué? —pregunté apartándome de él.

Me tomó del brazo y tiró de mí hacia él— Deja de alejarte de mí —gruñó.

—Mejor te llevo a dormir. —estiré mi pierna y cerré la puerta de una patada— Increíble que también tenga que ser la niñera del mayor de los hijos —dije pasándole un brazo por la cintura.

Agarró con cuidado mi barbilla y me hizo mirarlo— ¿Sabes que estoy muy enamorado de ti? —aun en su estado de ebriedad no dejaba de confesar sus sentimientos— Y no sé qué vas a hacer, pero no pienso dejar de estarlo, es más, no descansare hasta que... —buscó con su mirada mi mano izquierda, concentró su mirada en mis dedos y después se quedó en silencio.

—¿Hasta que...?

—Nada —sonrió.

—No tienes fetiches raros ¿cierto? —él negó en medio de la risa.

A duras penas ayude a Lucas a caminar hasta el inicio de las escaleras. Los veinte cm de diferencia que me lleva y la obvia diferencia de masa corporal hacia que me viera como una pequeña bebé tratando de alzar una gran pesa.

—Lucas tienes que ayudarte, no puedes descargar todo tu peso en mí, me cuesta ayudar a alguien de metro con noventa.

—¡Lo intento! Pero el suelo parece troncos en movimiento.

La promesa de AlyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora