26. Sammy Wilkinson

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¿Puedo besarte?



Bajo las escaleras con pereza pero eso no me impide saltar los dos últimos escalones. Antes de llegar a la cocina escucho las voces de los amigos de mi hermano así que trato de arreglar mis shorts cuidándome de no mostrar más de lo necesario.

Camino hasta la puerta que da al patio trasero solo para darme cuenta de que se están subiendo al auto de Jack.

—Hey —Grito hacia ellos.

—Hola, niña. Vamos a comprar una de esas mesas con paraguas, ¿quieres venir? —Habla mi hermano, sacando la cabeza por la ventanilla del conductor.

—No, niño, está bien. No compren nada muy feo, por favor —Me burlo. Sabiendo que los gustos de Nate podían ser un poco estrambóticos a veces.

—Que chistosita —Es lo último que dice antes de sentarse correctamente y arrancar el auto.

Miro a mi alrededor y observo cuanto han avanzado. Nathan y yo nos habíamos mudado hace dos meses, era mi primera vez viviendo sin nuestros padres pero no la de mi hermano, que había emprendido su viaje independiente hace unos cinco años. Yo me había encargado de decorar la casa por dentro y Nate del porch, jardín y el patio, que incluía la piscina, la cancha de tenis y el espacio para parrillada. Claro que todo el trabajo de construcción lo había hecho con los chicos así que estaba acostumbrada a verlos aquí de viernes a domingo cuando todos tenían tiempo para trabajar en la remodelación.

Estaba quedando muy bien y estaba casi acabado, excepto por que no había ni un solo mueble y faltaba una parte de la cerca.

De repente recuerdo a que había bajado, venía por algo de beber. Entro a la cocina otra vez y busco mi botella de agua, que relleno una vez que termino.

Pero una silueta se asoma por la entrada desde las escaleras y prácticamente siento como mi alma abandona mi cuerpo. La botella se resbala de mis manos y me pongo una mano en el pecho, tratando de que el susto salga de mi cuerpo.

—Hijo de tu... —Susurro suspirando.

—Hey —Dice con una sonrisa apenada pero divertida —. Lo siento.

—Pensé que se habían ido todos —Niego —Debiste hablar o algo, tonto. Casi me da un infarto.

Dejo la botella de agua en la nevera y me giro a mirarlo pero mis ojos sale de sus cuencas cuando veo la servilleta cubierta de sangre en sus manos.

—Samuel —Jadeo acercándome rápido hacia él —¿Que te paso?

—No es nada, solo me corte cuando estábamos poniendo el piso del patio. Por eso preferí quedarme a ver como hago que esto deje de sangrar un poco. Pero no es la gran cosa —Se encoge de hombros.

Esta sin camisa y con el pecho totalmente rojo, seguro por estar al sol toda la tarde. Cortos sweatpants y sneakers, el pelo rubio alborotado y esa pequeña cosa sobre su boca que el llamaba mustache. Aunque estoy preocupada por su herida no puedo evitar pensar que era demasiado lindo, y me reprocho por desviarme de lo importante en este momento.

—Déjame ver —Le digo sujetando sus manos. Ninguno de los dos pasamos por alto las vibraciones que causa tocarnos en nuestros cuerpos. Sus ojos chocan con los míos pero desvío la mirada hacia abajo, desenvolviendo el papel de entre sus dedos.

—No es nada, solo está sangrando mucho. No sé por qué, ni siquiera me duele tanto —Dice cuando logro quitar toda la servilleta.

La herida no era grande o aparatosa, quizás algo profunda, solo lo suficiente para abrir la piel de su palma un poco.

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