23 | Hermanas del diablo.

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Capítulo 23: Hermanas del diablo.

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Harriet Fitcher

Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras retiraba lentamente mi ropa. Ellas observaban atentas mis movimientos. La vergüenza me recorrió entera cuando la última prenda cayó. Me di la vuelta lentamente para luego colocarme de cuclillas en el suelo como ella había ordenado.

—Bien, vístete, puedes quedarte en la habitación hasta la hora del almuerzo, te queremos ahí a las doce en punto, ni un minuto más ni un minuto menos. Cualquier cosa que hagas indebida tendrá consecuencias —me tendió el uniforme y mi mochila y tomé ambos rápidamente.

En cuanto salieron de la habitación cerrando la puerta detrás de ellas un sollozo salió de mis labios al reparar en el lío que me había metido.

—¿Te trajeron obligada? —asentí lentamente y me di la vuelta para colocarme mi ropa interior y luego el vestido azul marino y luego el delantal.

—¿Por qué? —la pregunta salió de la otra chica.

—Porque mi hermano mayor me violaba y mi papá pensó que teníamos una relación —solté sin importarme nada.

Las lágrimas seguían saliendo y yo simplemente no podía pararlas. Me senté decaída en una de las tres camas de la habitación que me pertenecía y lloré todo lo que no había llorado durante toda mi asquerosa vida.

—Joder, bonita. Lo siento —escuché decir a una de ellas.

Levanté mi rostro para observarlas frente a mi con la misma vestimenta. Una de ellas llevaba su pelo castaño algo largo, sus ojos eran marrones y su piel muy clara, sin mencionar que su figura era sumamente delgada, la otra era un poco más alta y era gordita, sus mejillas eran algo regordetas y su piel igual de pálida que la de la otra, su cabello era sumamente negro y sus ojos de un azul muy bonito.

—¿Ustedes están aquí por voluntad propia? —pregunté sorbiendo mis mocos.

—Así es, la unción del señor cubrió nuestros corazones y almas y nos hizo entrar a este bendito y adorado lugar —dramatizó la de cabello negro de nombre desconocido para mi.

—Yo entré por voluntad —explicó la castaña —pero Agnes fue obligada, pues era venir con las hermanas de la caridad durante un año o ir a un reformatorio durante el mismo tiempo por haber cometido un delito de menor grado.

—Hubiese preferido el reformatorio, ahí no me pintarían el cabello —bufó molesta.

—Agnes llegó con el cabello pintado de verde, perforaciones y sabrá Dios que otra cosa —la castaña sonrió —toda una malandra.

Reí levemente.

—Mi nombre es Lia y la malandra es Agnes, un placer —yo asentí mientras secaba mis lágrimas.

—Mi nombre es Morticia —ambas fruncieron sus ceños y yo solo pude sonreír —me esta dando un ataque de sinceridad con ustedes —admití —mi padre me nombró así cuando nací, pero todo el mundo me dice Harriet, así que un gusto chicas —no le tendí mis manos llenas de lágrimas por esa razón.

—Ya verás que el tiempo aquí se hará corto —intentó consolarme Lia.

—Mentiras, llevo aquí cuatro meses y para mi han sido cuatro años, es un infierno, no hay señal, no hay internet y lo peor de todo es que yo andaba con mi móvil y me lo devolvieron, si, pero para nada porque no andaba con cargador cuando me metieron aquí —Agnes se lanzó a su cama que quedaba junto a la mía.

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